subiéndonos a la parra
noviembre 15, 2020 § 1 comentario
La pregunta no es si hay o no hay Dios —hace tiempo que la Modernidad zanjó este asunto—, sino desde qué situaciones deviene epistemológicamente legítima, por decirlo así, la invocación de Dios, en el doble sentido del genitivo. Y no porque Dios permanezca oculto a la manera de un deus ex machina —el cual solo se hace presente hacia el final de la tragedia—, sino porque su realidad no es la del ente. Ni tampoco la de una masa ígnea o el de un poder magnético. Quizá solo comencemos a intuir por donde van los tiros de Dios, una vez caemos en la cuenta de que los tiempos de lo real no son los del presente indicativo, sino los de un pasado inmemorial (y acaso, por eso mismo, los de un eterno porvenir).
Buenas tardes,
claro, creo que Barth diría: ¡No lo sabemos!. O acaso desde aquéllas en las que ni somos conscientes de tal relación ni la creamos.
Sólo cabe esperar desde nuestro lado insignificante y con el mayor de los respetos posibles la Gloria de Dios (absolutamente desconocido).
Un saludo,