Ulysses y el nihilismo
enero 11, 2021 § Deja un comentario
En el Ulysses de Joyce, no ocurre nada. Y acaso, por eso mismo, el lenguaje anda desquiciado. No hay más que el suceder de las palabras (y un suceder, sin duda, brillante). Como es sabido, el libro de Joyce es una réplica al poema de Homero, pero un réplica nihilista: no hay regreso al hogar… pues tampoco partimos de ningún hogar. Ulysses tiene unas ochocientas páginas. Como podía tener cincuenta o tres mil. Puede cogerse por cualquier parte como también leerse desde el final. Nada cambiaría. Estrictamente, no hay relato porque no hay ni arriba ni abajo —ningún alfa ni omega—. Nadie ocupa una posición en un supuesto drama cósmico. No hay papeles que repartir. El inicio y el término son arbitrarios: un día cualquiera, el dieciséis de junio de 1904, en la vida de Stephen Dedalus. Podría haber sido otro (aunque, de hecho, la escritura habría sido la misma). No hay dramaturgia en Ulysses, nada que parta en dos la continuidad del presente. Donde no cabe más que el mero suceder de las horas, el fragmento lo es todo. Pero al igual que el todo queda reducido a cualquier fragmento o instante. La totalidad, en cualquier caso, sería el resultado de la acumulación. Nada nuevo bajo el sol. Y quien dice nada nuevo, dice nada —o nadie— en verdad otro. El nihilismo deviene el destino de un mundo que ha dejado de estar expuesto a la imposible posibilidad de lo absolutamente extraño. Pues lo nuevo es lo que tuvo que desplazarse a un tiempo anterior a la historia para que fuera posible el mundo. De ahí que en vez de esperar la increíble irrupción de lo nuevo —una irrupción que implicaría el fin del mundo— nos conformemos con la novedad, ese simulacro. Quizá no sea casual que el destino de la razón, al rechazar el mito, sea, precisamente, un caer en brazos de la nada. Y al decir nada, decimos distracción.
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