películas del oeste
junio 27, 2021 § 1 comentario
El séptimo de caballería: eso —y no que el león coma hierba— es lo que espera el prisionero de los sioux. Sin embargo, en su lugar, el cristianismo ofrece un Mesías crucificado —un Dios que no tiene otros brazos que los nuestros. Mal remedio para quien prefiere una expectativa a la fe (¿y quién no la prefiere?). La esperanza siempre fue de entrada muy física —muy concebible. De salida, en cambio, es incapaz de ver nada que no sea increíble y, por eso mismo, delirante. La esperanza de quienes ya no pueden imaginar una intervención ex machina apunta a lo imposible. Pues, sensatamente, no cabe esperar que el león coma hierba, ni que los muertos resuciten. Y menos que la nueva humanidad dependa de un siervo sufriente. Eppur si muove.
Los padres explican al niño que los reyes magos dejan juguetes en casa y que lo hacen en los hogares de todas las familias una noche cada año. El niño abre los ojos con fascinación y confía en sus padres. Y el evento mágico le prueba año tras año que sus padres tienen razón.
En el colegio un compañero le explica que en su casa los regalos los trae un viejo barbudo que viaja en un trineo que vuela. El niño lo mira con una sonrisa y piensa para sus adentros que su amigo no ha entendido lo que realmente ocurre en navidad, que ya lo descubrirá.
Al cabo de varios años otro amigo le susurra al oído que sus padres le están engañando, que ellos son los responsables verdaderos de la sorpresa anual. El niño lo niega encolerizado y acusa a su amigo de ceguera y de falta de confianza hacia sus padres. Vuelve a casa y abraza a sus padres con pasión.
Una vez el enfado ha cedido el crío empieza a reflexionar sobre el tema y constata algunas cosas que no le cuadran. Y empieza a investigar. En la siguiente noche de reyes mantiene bien abiertas las orejas y escucha extraños ruidos en la casa. Y la mañana siguiente se sorprende al ver que los juguetes regalados están envueltos con papel de la juguetería del barrio. Pero no reniega de sus ideas.
No se atreve a preguntar a sus padres porque siente que podrían acusarlo de mal hijo.
Tras muchas dudas hace acopio de valentía y acude a otro amigo con sus sospechas y descubre que las comparte en los mismos términos. Entre ambos urden sondear a un primo mayor, que probablemente sepa más acerca de aquel inquietante asunto. Tras recibir la consulta, el respetado primo se queda mirando al infinito, sonríe y les dice que todavía son demasiado pequeños para hacerse preguntas tan complejas.
Así que, meditabundo e intrigado, pero algo más tranquilo, el niño vuelve a casa y aparta durante un tiempo el asunto de sus pensamientos.
Al año siguiente, el crío no sabe qué hacer. Su inquietud ha crecido y le exige espiar lo que ocurre en la casa en la noche de reyes. Pero cuando se levanta de la cama se siente indigno de la confianza de sus padres. Así que renuncia a hacerlo.
Tras las vacaciones navideñas el niño vuelve al colegio. En un corro que se forma en el patio el tema central no es otro que el descubrimiento increíble que han hecho estas navidades en sus casas muchos de sus compañeros. Él escucha con el corazón encogido y calla. Le parece ahora imposible apagar un convencimiento arrollador de una idea que desborda su mente. No puede silenciar más un clamor que le supera.
Llega a casa y mira a sus padres. Los ama y se siente amado. Sus labios están sellados. Sellados por el amor.
No pronuncia palabra alguna porque ha comprendido que lo verdaderamente importante de la explicación que sus padres le hicieron años ha era el amor que la sustentaba.
Ha logrado la íntima comprensión del relato que recibió.
Ha alcanzado la madurez. Sabe que la única clave en la vida es la del amor.