de lo limpio y lo sucio
septiembre 7, 2021 § 1 comentario
La suciedad posee un valor ontológico. Siempre lo tuvo. Todo cuerpo es ambivalente. Tan hechizante como repulsivo. Por eso, creemos que debe brillar: para que aparezca —para que no apartemos la mirada—. La suciedad tiene que volverse invisible. Sin embargo, sigue ahí, como el fondo oscuro de cuanto es. Y en este sentido, acaso sea más real que cuanto se muestra como real. De ahí que un Dios que se identifique con los sucios no termina de encajar con lo que esperamos de un dios. Dios no se encuentra arriba a la manera de un ente paradigmático, sino abajo, en las alcantarillas, junto a las ratas. Su invisibilidad es la de quienes despreciamos porque su olor nos repugna. Que siga siendo un Dios es algo que solo el cristianismo se ha atrevido a proclamar.
De forma más precisa diría que Dios está cerca del mal, no de la suciedad.
Los dioses siempre han estado cerca del vulgo (fueron creados por los sacerdotes para tranquilizar el pueblo). Pero el Dios de Jesús fue revolucionario porque se acercó a los pecadores, esto es, a los que huyen de Él dejándose atrapar por el mal. La misericordia es la gran aportación del Dios cristiano. La parábola del Hijo Pródigo es la más revolucionaria del Evangelio. La figura del Padre mirando esperanzado a lo lejos para ver si su hijo vuelve del autoexilio constituye la más bella imagen que pintó Jesús.