haya cruz y despúes gloria

septiembre 10, 2021 § Deja un comentario

La presentación de la fe ya no puede partir del momento de gloria: como si pudiéramos dar por sentada la resurrección. Al hacerlo, olvidamos que el cristianismo no termina de hacer buenas migas con la religión, la cual grosso modo supone, precisamente, que hay un Dios en las alturas que nos está esperando (y, por añadir la aportación cristiana, que este Dios está íntimamente unido a Jesús tras levantarlo de entre los muertos a la manera de un deus ex machina). Y no termina de hacer buenas migas porque lo que se nos revela al pie de la cruz, aunque solo tras el tercer día, es que Dios —propiamente, el Padre— no es aún nadie sin la fe del hombre. No puede serlo. Pues no quiso serlo.

Ciertamente, en los orígenes del cristianismo, la resurrección fue el pistoletazo de salida. En modo alguno es el nuestro. Cuando menos, porque estamos muy lejos del marco mental que la hizo inteligible como acontecimiento escatológico. De ahí que nos veamos obligados a recorrer de nuevo, como cada generación de creyentes que no lo sean por defecto, el camino que se narra en los evangelios. Y es que el creyente, para serlo, tiene que atravesar Getsemaní, esto es, sufrir el derrumbe de cuanto cree espontáneamente acerca del más allá. No hay fe que no pase por la cruz. En este sentido, la fe es una respuesta al nihilismo, aunque en modo alguno una respuesta bobalicona. Al contrario. La resurrección como acontecimiento —y no tanto como fenómeno paranormal y, por eso mismo, ex machina— revela que no hay otro Dios que aquel que vuelve al presente con el cuerpo de un abandonado de Dios que se abandona a Dios. Y, sin duda, esto difícilmente cabe proclamarlo donde seguimos dentro del marco del prejuicio religioso. Pues que Dios sea el Dios que depende del hombre que depende de Dios no es algo que podamos admitir como quien no quiere la cosa. De hecho, preferimos un dios a medida de nuestra necesidad de contar con una variante espectral del primo de zumosol, aunque actualmente adopte el aspecto de un poder impersonal. Con respecto a Dios, lo único que está en juego es nuestra respuesta a su demanda, la que escuchamos, en realidad, como el eco del lamento de los despreciables a causa de su mal olor (y no porque hayan decidido no ducharse a diario). El resto solo tiene que ver con nosotros. Y aquí la sospecha siempre tiene las de ganar.

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