una fábula cristiana
octubre 13, 2021 § 1 comentario
No soy Dios sin ti —dijo Dios de buen principio—. Pues quiero tener tu rostro. Pero aquel a quien apuntaba la intención divina pasó de largo. Dios devino un nadie. Más adelante, hubo quien se tomó en serio lo que Dios quiso para sí mismo (y para el hombre). Pero Dios ya había muerto como dios. Nadie ahí arriba que pudiera rescatarlo de la desgracia. En cualquier caso, alguien ahí abajo —o mejor, entre el cielo y la tierra como quien cuelga— que logró rescatar a Dios de entre los muertos, aunque sin saberlo. A partir de entonces, Dios volvió a tener un cuerpo.
Plantear la realidad de Dios como la de alguien que precisa de «otro» encaja poco en un cristianismo que anuncia un Dios perfecto. La creación, como acto de amor, ya no sería una decisión libre y altruista de Dios, sino una forma de colmar una necesidad íntima. Creo que es importante reflexionar sobre este punto y, tras sopesar sus consecuencias, decidir si validarlo, lo cual obligaría a asumir lo que de esta afirmación se deriva a nivel teológico.
El siguiente paso tras la hipotética validación es mucho más delicado. Si Dios nos necesita, ¿de dónde procede su necesidad? ¿Para qué nos precisa? ¿Admite Dios que el hombre debe existir para su satisfacción a sabiendas del dolor que aparece siempre en el corazón de cada persona?
Si admitimos la flaqueza de Dios, que responde a un acto en función de sus intereses, nos acercamos progresivamente a la posibilidad de un Dios frívolo, es decir, malintencionado.
Esta hipótesis es la que defienden actualmente la mayoría de los científicos no ateos: Dios sería un programador que nos habría creado dentro de un inmenso vídeo juego con fines exclusivamente lúdicos.
Espeluznante…