uno fariseo, otro publicano (y además Maslow)
octubre 17, 2021 § Deja un comentario
¿Es posible que los cristianos de misa sean, en su mayoría, los fariseos de la parábola de Lucas (Lc 18 9-14)? ¿Acaso no se sienten tan satisfechos con su fe (y de paso, consigo mismos)? Maslow nos da una pista. Primero, hay que cubrir las necesidades básicas: comer, vestirse, un hogar… Tan solo en la cúspide de la pirámide encontramos las necesidades espirituales. De ahí que quizá no sea casual que los cristianos más cercanos a la Iglesia —o los más sensibles a las cuestiones de fondo— hayan sido, por lo común, aquellos a los que nos sobra. Para los que tienen de menos, el cristianismo solo puede ser mesiánico (y esto significa que, en términos de Maslow, las necesidades espirituales de los pobres son muy básicas, muy corporales). Pues están convencidos —y convencidos a flor de piel— de que únicamente un enviado de Dios podrá sacarlos del pozo.
Pero los profetas siempre acabaron mal, apedreados, precisamente, por los representantes del dios que garantiza el orden natural. Entonces ¿qué esperanza les queda a los desgraciados, al margen de la revolución (y esta vez sin ninguna intervención ex machina)? ¿Un Dios crucificado? Ahora bien, esto ¿no está muy cerca de decir que no hay esperanza para los excluidos? De no haber habido resurrección, esta sería, sencillamente, la dura lección del Gólgota. Por eso, la fe en la resurrección sigue siendo decisiva, hoy en día como antiguamente, para la supervivencia del cristianismo en cuanto tal. Como dijera Pablo, de no haber habido resurrección, la fe sería una estupidez (o si se prefiere, un chute de opio). Sin duda, puede sobrevivir como una espiritualidad entre otras, pero en ese caso ya no sería cristianismo, sino algo parecido a una creencia oriental con temas cristianos. No obstante, el problema que plantea la resurrección, y no solo modernamente, es que resulta increíble (y aquí, con la intención de salvar los muebles, no vale traducirla como si los apóstoles hubiesen querido decirnos simplemente que Jesús sigue vivo en nuestros corazones). En consecuencia, el cristianismo riega fuera de tiesto donde pretende hacer las paces con la Modernidad antes de tiempo, esto es, sin aportar una crítica —y una crítica frontal— a los presupuestos que la hicieron viable. Y es que, tarde o temprano, el creyente tiene que caer en la cuenta de que no hay otro Dios que el imposible.
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