asombro y mal

enero 12, 2022 § Deja un comentario

El escándalo es la otra cara del asombro. Así, únicamente quien es capaz de asombrarse de que haya vida en vez de lo inerte será capaz de escandalizarse ante el hecho de que un hombre pueda arrancarle la vida a otro hombre. Y sin embargo, los hombres se matan entre sí como quienes aplastan cucarachas. Pues el mal, a diferencia de la mera desgracia, posee una profunda carga simbólica. En este sentido, no es casual que las matanzas que atraviesan la historia siempre se hayan llevado a cabo en nombre del Bien, con mayúscula. La víctima, por defecto, encarna la mala hierba que hay que arrancar del jardín. Los gaseados murieron justamente porque antes fueron culpables. Aunque solo para sus verdugos. La raíz del mal reside, por tanto, en lo simbólico, en lo que el otro representa. Y lo que representa es la lepra que impide que podamos vivir sanamente.

En nombre del Bien, matamos como quien mata moscas. No es casual que Auschwitz estuviera precedido de los encendidos discursos del führer contra el poder financiero que ahogaba la Alemania de los años treinta… un poder en manos, precisamente, de los judíos. Fue evidente para muchos. Aprender de la historia supone caer en la cuenta de que nosotros podríamos haber sido ellos, los malos. La bomba de Hiroshima fue lanzada con la misma convicción con la que los nazis pusieron en marcha las cámaras de gas. Es lo que tiene pertenecer al mundo: que no podemos desembarazarnos de lo simbólico. De ahí la necesidad del cultivar el asombro, esto es, de contemplar, al menos de vez en cuando, lo que es al margen de lo que representa. Y esto es lo mismo que decir desde el fondo de la nada. O también desde la óptica del milagro. Ya quedó escrito que la rosa es sin porqué. Sin embargo, la contemplación —Hannah Arendt habló del poder de la reflexión— en modo alguno es una solución, o al menos, no lo es en el plano de lo político. Pues el presupuesto de lo político es lo común. Y lo común no es, ciertamente, ver cuanto nos rodea con la mirada del asombro. De hecho, el piñón fijo de la historia son las fosas comunes. Los poetas siempre fueron unos raritos.

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