nietzscheanas 56
abril 19, 2022 § Deja un comentario
La fuente del valor, según Nietzsche, reside en lo alto, pero Dios ha muerto. Ya no hay valor que valga. Todo se encuentra, por tanto, en el mismo plano. Da igual una masacre que la sonrisa franca de una mujer. En cualquier caso, te parecerá que lo segundo es mejor. Pero solo porque es preferible —porque el cuerpo se inclina hacia ello—, no porque sea mejor o en realidad esté por encima de una pila de cadaveres. Sin embargo, podríamos preguntarnos si la raíz del valor, antes que con las alturas, acaso no tendrá que ver con la pérdida. Las zapatillas de papá, pongamos por caso, se cargaron con el aura de lo sagrado tras su muerte. Sencillamente, dejaron de ser algo útil. Papá de algún modo continúa estando presente mientras sus zapatillas sigan ahí. Por eso, debemos presevarlas de su profanación: nadie las aprovechará. Evidentemente, el reconocimiento del valor exige un punto de vista, en nuestro ejemplo, el del hijo. Pero eso no devalúa el valor. No puede haber ningún valor para quien contempla la escena desde la distancia. Pues tan solo la pérdida revela la alteridad de aquel con quien tratamos —negociamos— a diario. Pues la alteridad del otro es lo intratable del otro, lo que en el otro no admite negociación. En este sentido, podríamos preguntarnos si acaso la vida no se carga de valor precisamente porque Dios ha muerto —o, en bíblico, porque su presencia es la de un ausente o eterno porvenir—. Dios nunca garantizó un sentido, salvo para quien ignora qué significa estar ante Dios, sino en cualquier caso el carácter milagroso de la existencia. Del sentido, ja en parlarem (si es que puede haber algún sentido para quien el todo nunca puede ser el todo). Al fin y al cabo, la vida se carga con el aura de la excepción donde caemos en la cuenta de que se nos ha dado desde el horizonte de la nada o, mejor dicho, del aún-nadie como tal.
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