nietzscheanas 57
abril 20, 2022 § 1 comentario
El hombre no puede crear valor. Tan solo reconocerlo. Cuando los padres que perdieron a su hijo deciden conservar el balón con el que jugaba, no están proyectando un valor sobre lo que, como tal, no es más que un balón: ese balón es sagrado, intocable, inútil. Sencillamente, es más que un balón. Si se tratara de una proyección o, en términos de Nietzsche, de una lectura, entonces bastaría con sustituirlo por uno igual, de perderlo en una mudanza. Pero es obvio que, para esos padres, el balón del hijo es insustituible. Que solo desde su punto de vista quepa reconocer el carácter sagrado de ese balón no implica que se trate de una interpretación de lo que en sí mismo no es más que un balón. Únicamente, que lo sagrado no puede ser reconocido desde cualquier punto de vista o situación. Al fin y al cabo, no hay un en sí mismo al que podamos referirnos como lo que es en realidad. No hay visión que no incluya un cierto saber de qué se trata. Sin embargo, en lo que respecta al valor —o a lo sagrado— este qué no lo decide el hombre.
Para crear valores, lo humano del hombre tiene que haber sido superado. Tan solo el übermensch es capaz de crearlos. Pero ¿cómo es posible? ¿Cómo puede hacerlo si nada posee valor —si todo valor, según Nietzsche, es interpretación? Un valor discrimina, esto es, nos permite distinguir entre lo que vale y lo que no. Ahora bien, el übermensch no discrimina: tanto vale la inocente alegría de un niño como un genocidio. Todo es milagro, por decirlo así: desde el crecimiento de la hierba hasta los hornos crematorios de Auschwitz. Todo es motivo de danza —y de ahí que Nietzsche contraponga en su obra, a la manera de un leitmotiv, la figura del crucificado a la de Dioniso, el dios de la ebriedad. ¿En qué consiste, por tanto, la creación del valor? Si todo vale, entonces nada vale. Pero esto equivale a decir que vale la nada. En el fondo, la superación de lo humano consiste en amar la nada —en abrazarla.
Atanasio, uno de los primeros intelectuales cristianos, dejó escrito que Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera divino. Nietzsche, sencillamente, se tomó al pie de la letra la sentencia cristiana, aunque dándole un giro particular: Dios se encarnó para que el hombre ocupara el lugar de Dios. Y lo ocupa en el momento en que, perseverarndo en la nada, crea valor de la nada… análogamente a como Dios creó el mundo, precisamente, a partir de la nada. El übermensch crea valor de la nada porque, en definitiva, Dios es nada. Quizá no sea casual que Nietzsche percibiera un estrecha familiaridad entre mística y nihilismo. Pues para el místico, Dios es no siendo nada en particular —o como escribiera Isaac Luria en el XVI, desapareciendo como Dios. Por no hablar de la íntima conexión entre nihilismo y cristianismo. Pues ¿acaso el cristiano no confiesa que Dios tuvo que vaciarse de Dios para hacerse hombre? Pero este es otro asunto.
Creo que la disyuntiva entre reconocer/otorgar valor a lo que sucede por detrás de lo que pasa o negárselo puede, en ciertos momentos, imponerse como opción muy consciente, la “opción fundamental” entre la pura nada y el envés de Dios. Inconsciente o subconscientemente esto lo hacemos todo el rato; en alguna rara (y posiblemente extrema) ocasión, no hay modo de ocultárnosla, y hay que decidirse. Creo que con la propia decisión, los cielos (y “las carnes”) se rasgan por un momento y puede atisbarse algo del carácter de lo que el lado a que damos aquiescencia promete. Pero para que ese carácter tome cuerpo, se haga psijé, es imprescindible disponer de símbolos (el balón único del hijo) que lo reflejen y acojan, esos que siempre estuvieron ahí, y que de pronto aparecen como puramente tales. Del lado del envés, “mi Amado, las montañas…”; del lado de la nada, seguramente los luci-ferinos que corresponden al übermensch en un mundo lleno de oscuros “musulmanes”. En el barro de esta vida nuestra, aquí y ahora, unos y otros, mezclados, nos componen –consciente, subconsciente o inconscientemente– y nos competen, no o sí en exclusiva.