de reyes y dioses

mayo 28, 2022 § Deja un comentario

La figura tradicional de la familia real cumplió, como es sabido, una función religiosa. Hasta las revoluciones modernas, un rey fue, sencillamente, el representante de dios. Ahora bien, esa representación estuvo lejos de ser simplemente nominal: un rey estaba efectivamente por encima del bien y el mal. Su voluntad era ley… a pesar de que tomase a un dios por excusa. De ahí que resultase natural la creencia en otro mundo. Pues la convicción de que hay seres superiores era palpable en el día a día al encontrar una traducción social. Un rey encarnaba la divinidad como hoy en día una modelo de pasarela encarna el patrón occidental de belleza. Por tanto, no debería extrañarnos que la proclamación cristiana resultase, originariamente, tan provocativa. Pues que el representante de Dios —aquel que, en vez de ejemplificarlo, ocupó su lugar— fuese un abandonado de Dios y no el César, esto es, que Dios no sea aún nadie sin su cuerpo y no, precisamente, el de un noble es algo que, a oídos antiguos, debió de sonar a risa. Por no decir, inaceptable. ¿Acaso no era obvio que un dios no podía morir, y menos como un perro?

Nietzsche, al hacerse eco del carácter paradójico del credo cristiano, estuvo más cerca de comprender el cristianismo que muchos de los cristianos que tienden a creer, aunque sea con la mejor intención, que el cristianismo y el budismo, en el fondo, dicen algo parecido. Pues no es casual que solo de las lluvias cristianas surgieran los lodos de la Bastilla. O por decirlo de otro modo, los de una igualdad por defecto. En algún momento tendríamos que pararnos a pensar si acaso el cristianismo no estará agonizando de éxito. Al menos, porque da la impresión de que una vez subidos al piso del ideal igualitario, que no aún al de la fraternidad, podemos prescindir de la escalera cristiana que lo hizo posible. No hay democracia cristiana como puedan haber teocracias. La democracia tiene que dejar a un lado la confesión. En cualquier caso, las democracias modernas se inspiran en valores cristianos. Pero evidentemente no se trata de lo mismo. Por suerte. Es cierto que, cristianamente, permanecemos ante Dios, sin Dios. Ahora bien, esto no significa que podamos pasar de Dios. Pues donde nos quedamos solo con el sin Dios, el factum de la igualdad deviene un trampantojo. O si se prefiere, una nueva excusa para la voluntad de dominio.

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