Balbín
junio 24, 2022 § 2 comentarios
Ha muerto José Luis Balbín. Muchos crecimos, como adolescentes, viendo La Clave. Y de ello nace un profundo agradecimiento. A veces, me preguntan, si he percibido, a lo largo de los años, diferencias entre generaciones. Suelo dudar. Pues la adolescencia siempre ha sido la misma enfermedad. Sin embargo, dejo de hacerlo cuando tengo en cuenta el contexto. Y ya sabemos que uno es, en buena parte, su circunstancia. No es que ver La Clave fuese mayoritario entre nosotros cuando éramos, más o menos, quinceañeros. Pero tampoco era un programa de frikis o solo para los de letras. Su prestigio era indiscutible. Diría que el factor diferencial tiene que ver con que los intelectualmente inquietos lo tienen más difícil para alimentar su inquietud. ¿Cuál es la oferta? Instagram, el Rubius, Ibai, la Play… una maquinaria —y muy engrasada— cuyo efecto es la reducción de la inteligencia. No hay comparación entre La Clave y las chorradas del Ibai, pongamos por caso. Es como alimentarse solo de chips: al final, el cuerpo lo nota. Estamos ante una crisis social a la que asistimos como impotentes. Quítales los móviles a los jóvenes durante una mañana y su reacción será el de un adicto a la heroína. ¿Mejores? No me atrevería a decirlo. Un buen número de chicas y chicos acceden a la enseñanza universitaria ignorando que significan palabras como coherente o importunar. No exagero. Incluso uno está tentado de creer que detrás hay una voluntad de convertir a nuestros jóvenes en estúpidos. Basta con echarle un vistazo a la ley Celaá. ¡Balbín citando a Tocqueville en un programa de televisión! Hoy en día, no es que fuera imposible: es que estaría, sencillamente, vetado.
Muy grande Balbin. Yo también fui uno de esos adolescentes atrapado por este programa la noche de los viernes, pero ha sido ahora, en la edad adulta, cuando realmente he sido consciente de la dimensión de aquellas tertulias, donde lo importante no era chillar ni vencer con un argumento u otro. Lo importante era impulsar el deseo de conocer.
qué pena de realidad que entontece y qué difícil cambiarla