composición de lugar

octubre 20, 2022 § Deja un comentario

Hay que ponerse en situación —o hacerse una composición de lugar, que decía Ignacio de Loyola— para caer en la cuenta del alcance de la fe del crucificado —de su desproporción. Jesús de Nazaret murió como un abandonado de Dios… y de los hombres.

Imagina que has estado convencido de haber sido llamado por Dios para dar el pan de cada día a los que no tienen pan (y que lo has ido dando). E imagina a continuación que, tras un tiempo en el que algunos te siguieron, de repente te dejan de lado y que el resto del mundo te dice que no hay Dios —que nada hay por encima de la ley del más fuerte y que, por eso mismo, unos ganan y otros pierden. Que no hay más que ruido y furia. ¿Acaso no dudarías? ¿Seguirías con tu vocación? ¿Es que no dudo Jesús —es que no clamó Elí, Elí lama sabactani (o algo parecido)? De seguir fiel a la llamada, ¿acaso no sería como regar un árbol seco? ¿Es la fe una obsesión? Quizá… si no fuese porque la fe, que ciertamente roza el delirio, es una fe en nombre de una bondad que tuvo lugar en el centro del horror. La fe es un seguir creyendo donde humanamente ya no es posible seguir creyendo. Y decir esto ¿no es como decir que el Dios al que apunta la fe se ha hecho cuerpo? ¿Es que cabe otra fe que aquella que cree en quién creyó el primer creyente (y porque este lo creyó)? ¿Es que cabe otro Dios que no sea aquel que incorpora esta fe?

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