sin padre
enero 16, 2023 § 1 comentario
Que nacemos como los que tenemos que negar a Dios es algo obvio para quien se sale de la tópica religiosa. En esto consiste, nuestro orgullo o soberbia: que no quisimos tener padre (la Modernidad, en este sentido, sería la máxima expresión de esta voluntad). Pues un padre es aquel que decide nuesto valor, aquel que, en definitiva, nos juzga. Y quien dice juicio, dice la posibilidad de la humillación. Sin embargo, el hallazgo bíblico consiste en caer en la cuenta de que el verdadero padre es aquel que nos juzga desde su vaciamiento (y por eso mismo, nos libera del creer en nuestra importancia). Y dado que el juicio de Dios se manifiesta, según Israel, a través de la demanda de quienes no cuentan para nadie, no hay otro padre que el que cuelga de una cruz.
Tentativa y simplistamente, se podría quizás decir que tenemos dos formas básicas o espontáneas de lidiar con «el mal» —el más banal y el que no lo es tanto—: expulsándolo de nuestras comunidades puras (un decir, claro) o «blanqueándolo», al restarle importancia y homogeneizar todas sus formas como la sombra genérica que a todos afecta.
La tercera forma, atravesarlo, supondría ante todo arrostrarlo y reconocerlo: en ti, en quien confiaba, y que me lo traspasaste en un intento de descargarte de él; en mí, que inevitable y humillantemente termino por causarlo; y en nosotros, que nos consideramos ya salvos como sabedores de su razón. Para poder así y entonces perseverar en el empeño de acoger el ofrecimiento de redención del que, por amor, eligió cargar con el pecado del mundo e interrumpir su cadena de transmisión, para la vida de todos.