Israel y la imposibilidad de la ontología
enero 21, 2023 § Deja un comentario
Decir es juzgar —decantarse por uno de los lados de la ambigüedad de lo presente. Pues cuanto es en concreto es mezcla. Así, por ejemplo, no todo en el amor es entrega o sacrificio. También hay voluntad de dominio. Que se nos presente como lo uno o lo otro es cuestión de proporción. Pero, desde fuera, cuesta acertar con las medidas. Al fin y al cabo, lo que sabemos es que no terminamos de saber. Sin embargo, necesitamos juzgar, hacer como que sabemos. Al menos, porque no podemos soportar demasiada ambigüedad. De ahí la pregunta acerca de lo que es más allá o por debajo de la crosta, oscilante, de las apariencias. Así fácilmente decimos que el abrazo de una madre es, sin duda, amor. Que también se trate de otra cosa quedará, como el polvo, bajo la alfombra. En esto consiste estar presos de la opinión, de lo que se dice, el tópico: en que creemos haber dado en el clavo. Ciertamente, el profesional de la metafísica ofrecerá un juicio más sofisticado, diciendo, por seguir con nuestro ejemplo, que en el abrazo de una madre se hace presente el amor que, en cuanto tal, trasciende a quienes lo representan. Pero ello no quita que sea se trate de algo distinto a pronunciar un veredicto. En realidad, su estrategia es semejante a la del prestigitador: salva las apariencias desplazando al territorio de lo invisible aquello de lo que se trata. De este modo, podemos seguir con nuestros asuntos contentándonos con el como si.
En cambio, la convicción de Israel es que el juicio no nos pertenece. Su pregunta no fue qué es, sino qué acabará siendo, de qué lado se decantará cuanto nos traemos entre manos. Mientras tanto, obediencia, esto es, fidelidad a la voz que se desprende de la extrema trascendencia de Dios. No se trata, por tanto, de la pureza, sino del tener que responder a una demanda, seamos putas o sacerdotes. Nadie puede decir de sí mismo que está justificado ante Dios. No es casual que Israel no produjera metafísicos, sino profetas. De ahí que, para Israel, la revelación —el desvelamiento— no apunte a lo subyacente, sino al porvenir, un porvenir que, en tanto que resuelve la ambivalencia de lo presente, no puede comprenderse como una posibilidad del mundo. Al fin y al cabo, hablamos del porvenir de Dios, en el doble sentido del genitivo. Todo se encuentra sub iudice. Y se encuentra sub iudice porque Dios decidió dar un paso atrás más allá de los tiempos —fuera del todo— para que fuera posible lo que no es Dios. Ahora bien, dado que el mundo fue creado de la nada, esto es, dado que el mundo es el envés del anonadamiento de Dios, la nada es la imposible posibilidad del mundo. La aniquilación es el horizonte de cuanto es. Y por ello el juicio nos alcanza. Al menos, porque Dios es el Dios que no quiso aparecer como Dios sin la fe del hombre. En la respuesta del hombre a la invocación de Dios no solo está en juego el destino del hombre, sino el de Dios mismo. Por eso no hay teología que no se conciba, en última instancia, como una teodramática.
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