¿una filosofía cristiana?

marzo 5, 2023 § Deja un comentario

No cabe algo así como una filosofía cristiana. Evidentemente, esto no significa que le fe sea incompatible con la reflexión. De hecho, los evangelios no dejan de ser una teología narrativa. Sin embargo, el sujeto de la reflexión es, en cada caso, distinto. El filósofo no puede evitar ver las cosas desde las gradas, ocupando el lugar de un dios omnisciente (aunque sin llegar a serlo: la confesión socrática —el solo sé que no sé nada— es marca de la casa). No es causal la palabra teoría, ese invento griego, encuentra su raíz en la palabra theos. Como tampoco es casual que, desde las gradas, solo se pueda regresar a la cancha de juego como cínico, irónico o indiferente. El filósofo, como dijera Lucrecio, no deja de ser el espectador de un naufragio. En cambio, la fe nunca se sostuvo sobre una visión. El creyente no ve, sino que escucha. Y lo que escucha es una interpelación que le saca del quicio del hogar —Caín, Caín ¿dónde está tu hermano?. No es exactamente lo mismo. Esto no significa, sin embargo, que la fe sea inmune a la pregunta por la verdad. Al contrario. Sin embargo, esta no se resolverá como una adecuación entre nuestras representaciones de los hechos y los hechos, sino en los términos del imaginario simbólico.

El problema que plantean nuestros tiempos es que el imaginario simbólico fue desestimado como posible fuente de conocimiento por la sospecha metódica. Pero lo cierto es que en el símbolo —al fin y al cabo, en la metáfora— no todo es superstición. De hecho, es posible que solo a través de la metafóra podamos dar fe de lo que tiene lugar y no simplemente pasa. Al menos, porque la metáfora no opera una reducción de lo desconocido a lo conocido —este en cualquier caso, sería lo propio del símil—, sino que establece una identidad entre lo sensible y lo esencialmente extraño, lo absolutamente otro, en definitiva, la pura alteridad. En este sentido, nada no es mientras no irrumpa el hallazgo del poeta. Ahora bien, la metáfora, en tanto que identidad, opera en una doble dirección. De ahí que la nada sea en aquello que la niega. Dios como crucificado. Pero por eso mismo, el crucificado como el quién de Dios.

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