una papelera no siempre es una papelera: una introducción a Sócrates

septiembre 2, 2023 § Deja un comentario

Por lo común, sabemos de lo que estamos hablando mientras no nos lo preguntemos. Pues al preguntárnoslo abandonamos el marco pragmático en el que el lenguaje deviene significativo. Esto es, nos situamos en la grada, fuera de la escena. Por ejemplo, una papelera. En principio, creemos saber lo que es una papelera. Esto es, cuando, estando en la calle o en una oficina, queremos echar un papel sabemos dónde echarlo (y dónde no deberíamos hacerlo). Si alguien echara un papel desechable sobre la mesa, habiéndole dicho que lo echase a la papelera —y suponiendo que no trata de provocarnos—, fácilmente deduciríamos que ignora lo que es una papelera. Hasta podemos admitir que, en un determinado contexto, una caja de cartón o una bolsa de plástico colocadas en una esquina podrían hacer de papelera, al menos provisionalmente. Pues, grosso modo, una papelera es aquello que usamos para echar los papeles que nos sobran. El significado de la palabra papelera no puede disociarse del uso que le damos.

Con todo, el que algo sea —o pueda servir como— papelera no está exento de supuestos, incluso normativos. Al menos porque no diríamos que sirviese como papelera una secretaria a la que le echáramos a los pies los papeles sobrantes para que, tras recogerlos, los llevase al contenedor de reciclaje. Por eso, el uso de la palabra tiene que apuntar a una definición que nos permita distinguir entre los usos admitidos y los que no.

Ahora bien, y esto es lo interesante, difícilmente podremos llegar a precisar dicha definición más allá de lo que ya sabemos de antemano… aunque sin terminarlo de saber: una papelera es esa cosa que nos sirve para tirar los papeles sucios (y no, pongamos por caso, restos de comida). Y no lo terminamos de saber porque el uso de la palabra papelera es inevitablemente borroso. Por consiguiente, siempre cabe la posibilidad de algo que, ajustándose a su borrosa “definición”, no encaje en el uso habitual de la palabra papelera. De este problema ya se dio cuenta Sócrates en su momento, aunque a propósito de aquellas palabras cargadas de fuertes resonancias morales.

Tampoco podemos sortear la dificultad añadiendo condiciones necesarias o sine qua non. Al fin y al cabo, las condiciones necesarias, si no pretenden ser arbitrarias, son las que especifican el uso habitual de la palabra papelera… con lo cual no habríamos ido más allá de lo que ya sabemos de entrada. O lo que es lo mismo, seguiríamos dentro de la circularidad de lo tautológico: una papelera es una papelera, esto es, aquello que nos sirve —y admitimos— como tal. De hecho, cuanto más esenciales —cuanto más reducidas sean dichas condiciones necesarias—, más abierta queda la definición. Y cuanto más numerosas —cuanto mayor es su poder delimitador—, más arbitraría o artificial.

Así, teniendo en cuenta la primacía del uso a la hora de establecer el significado de las palabras —o al menos, de la mayoría—, lo que solemos tener en mente —como viera Aristóteles— es el prototipo, el dibujo que haríamos si se nos pidiera que representásemos una papelera. En definitiva, una forma. Ahora bien, esta forma no puede ser llevada a concepto sin que la forma sea, precisamente, abandonada. La forma, en tanto que prototipo, es simplemente un grafo. Y el grafo, aunque apunte maneras, no lo dice todo. Pues supongamos que el grafo en cuestión —la papelera que dibujamos cuando nos piden que dibujemos una papelera— tuviese una boca circular. ¿Rechazaríamos una papelera cuya boca fuese cuadrada? Es obvio que no. El grafo de una papelera prototípica inevitablemente deja fuera unas cuantas papeleras. Sin embargo, porque las deja fuera —porque su forma es una determinada—, en principio, tiene que haber un concepto que nos permita ir más allá del grafo a la hora de admitir lo que es una papelera. Es decir, un concepto que reúna los diferentes usos. Con todo, ninguna reflexión llegará a precisarlo… más allá de lo establecido por el uso habitual. Por consiguiente, tiene que haber un concepto. Pero no parece que lo haya. Esto es, ningún concepto aparece o se muestra al entendimiento… como la papelera se muestra a la sensibilidad.

Más aún: una papelera en apariencia —esto es, conforme al grafo— que, debido a un diseño deficiente, no pudiéramos usar como tal ¿sería una papelera? Difícilmente la admitiéramos como tal. En cualquier caso, sería una papelera de juguete. Por tanto, si el uso decide el significado no podemos decir en qué consiste que algo sea una papelera sin tener en cuenta la diferencia entre una buena papelera —lo que esta debe ser— y una que no termina de servir como tal. Como decíamos antes, el grafo —el prototipo, la forma— no basta para establecer el significado.

Este fue, como decíamos antes, el asunto del que se ocupó Sócrates…, un asunto que Sócrates entendió, contra todo sentido común, como el problema existencial par excellence. Pues si el saber es, en definitiva, un saber cómo operar con la cosa en cuestión, aun cuando sea un saber incierto —ningún ciempiés sabría como responder a la pregunta acerca de cómo es capaz de coordinar sus cien pies—, no parece que podamos saber qué hacer con nosotros mismos, mientras no sepamos en qué consiste el bien moral, la justicia, la piedad… en definitiva, una vida buena. Y no da la impresión de que lo sepamos donde coexisten, precisamente, diferentes usos, a menudo incompatibles, de dichas palabras, cosa que no sucede con palabras como papelera, martillo, espada

Si la vida buena —en definitiva, la felicidad— es la vida de quien saber vivir, la pregunta es, por tanto, en qué consiste el saber de quien sabe vivir. Así, al igual que decimos del buen herrero que es bueno porque sabe cómo forjar el hierro —porque domina la forja, porque la forja no le puede—, deberíamos decir de alguien que es feliz porque sabe serlo. En definitiva, porque es un buen hombre, en el sentido de que sabe extraer las máximas posibilidades de la existencia humana. A un buen hombre, la vida no le pasa por encima, esto es, no se limita a reaccionar como si fuera una bestia o una bola de billar. Y no le pasa por encima porque es capaz de ejercer un dominio de sí en nombre de lo que debe ser o en verdad importa —en nombre de las exigencias del alma, por decirlo a la platónica. Nadie logra ejercer dicho dominio de sí mientras se halle sepultado por la disputa de las opiniones sobre lo bueno o justo. De ahí que no comprendamos el intento de Sócrates por lograr una definición de aquellas palabras que confieren una orientación a la existencia hasta que no admitamos que lo está en juego es, precisamente, el saber vivir, en definitiva, la libertad interior, un estar por encima de lo que nos sucede y en verdad no importa.

Ahora bien, lo paradójico del asunto es que ese saber se revelará, en el fondo, como un no saber. Es decir, la reflexión inevitablemente tendrá que fracasar en su intento por alcanzar un saber basado en la definición. Y aquí el buen hombre —el que sabe vivir— coincide con el ciempiés. El único modo de transmitir este saber es, como en el caso del aprendiz a herrero, poniéndose al lado de quien sabe, mientras se ejercita en la búsqueda del bien o la justicia, esto es, mientras se dedica a la crítica, lógicamente implacable, de lo que cultural o políticamente damos por bueno o justo. Aquí saber vivir va de la mano con el perseguir o amar la verdad, en el sentido de preguntarse por lo que en verdad tiene lugar y no simplemente pasa. No obstante, si cabe la crítica es porque tenemos en mente, aunque sea de algún modo, lo que debe ser el bien o lo justo. Como el herrero tiene en mente lo que debe ser una buena espada. Y lo que esto significa es que, para nosotros, tan solo el no es eso, no es eso —o mejor dicho, un no acaba de serlo. Pues en el presente, nada termina de ser lo que debe ser.

Platón simplemente se preguntará por el fundamento ontológico de la ignorancia socrática —esto es, qué tiene que ver esta ignorancia con la naturaleza del haber en cuanto tal. Pero este es otro tema.

Deja un comentario

¿Qué es esto?

Actualmente estás leyendo una papelera no siempre es una papelera: una introducción a Sócrates en la modificación.

Meta