va de Feuerbach
septiembre 8, 2023 § Deja un comentario
Hablar de Dios como proyección del hombre solo es posible cuando previamente hemos reducido la alteridad de Dios a idea de lo absolutamente otro. Esto es, cuando el punto de partida de la existencia ya no es un hallarse expuesto a la desmesura de una genuina alteridad. Ahora bien, esta desmesura no es la de lo gigantesco —de hecho, lo gigantesco, en tanto que proporcional, no supone nada verdaderamente otro—, sino la del haber de Dios, un haber que anda rozando el nadie-ahí. Tan solo este nadie nos supera en verdad. De ahí que bíblicamente, la experiencia de Dios vaya de la mano del silencio que cubre por igual la bendición y la maldición —los campos de exterminio como los de amapolas. Un Dios que se revela como su por-venir —un porvenir que no admite otras imágenes que las increíbles por imposibles— en modo alguno puede entenderse como una proyección del hombre. Más aún cuando lo que se desprende de la experiencia de un Dios-por-venir es la respuesta de Israel al descenso de Moisés del monte Horeb: primero obedeceremos y luego ya veremos. Como si con respecto a Dios el asunto no fuera Dios, sino la Ley que nos obliga a la fraternidad de los huérfanos, el mandato que se desprende, a la manera de un aliento, de la extrema trascendencia de Dios.
Las tesis de Feuerbach —hijas, en definitiva, de la sospecha cartesiana—son, por tanto, tautológicas. Pues donde partimos de nuestra representación de Dios a la hora de preguntarnos por la realidad de Dios —como quien pretende verificar una hipótesis— ya presuponemos lo que vamos a concluir, a saber, que cualquier realidad es función de las condiciones de posibilidad del conocimiento, en definitiva, del sujeto del saber. En este sentido, me atrevería a decir que Feuerbach no acabó de comprender a su maestro. Y es que Hegel fue muy consciente de que para evitar el subjetivismo —al fin y al cabo, para dar cuenta de lo que aparece en el aparecer— hay que pensar lo real desde el lado de la alteridad. Aunque tras este viaje terminemos reconociendo que no hay alteridad que no implique su negación de sí. De hecho, a veces no puedo evitar la impresión de que la Lógica es una exégesis del prólogo al cuarto evangelio. Pero este es otro asunto.
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