principio y fundamento —o verdad e imagen
septiembre 27, 2023 § Deja un comentario
En verdad, la mujer que tienes ante ti es un milagro. Pero la tratas como si no lo fuera (y no puedes dejar de hacerlo). En verdad, dependemos de Dios —de su no ser nada o nadie aún. Pues ante Dios en verdad, se decide el sí o el no de nuestra entera existencia. Pero hoy en día creemos que este sentimiento de dependencia, en tanto que apunta a una figura espectral, es un residuo de la infancia. La rosa es sin porqué. Pero no tenemos ningún reparo en cortarla para el sant Jordi. Es verdad que la mujer —o en general, el prójimo— es un milagro; que la rosa es sin razón. Pero solo porque todo cuanto es acontece desde el horizonte de la nada —en último término, de la nada de Dios. Ahora bien, la urgencia de la adaptación nos obliga a alejarnos de la verdad: todo tiene que darse como un posible objeto de dominio. No hay supervivencia sin trato —sin profanación. De ahí que la pregunta sea si es o no posible vivir en contacto con lo que en verdad tiene lugar. O mejor dicho, hasta qué punto es posible. No podemos permanecer ante el milagro sin perecer. Pero tampoco vivimos —a lo sumo sobrevivimos— donde de algún modo no encaramos la verdad, lo que en verdad tiene lugar en cuanto pasa. Y me atrevería a decir que la única manera de encarar la verdad en el día a día —en medio de la dispersión a la que nos fuerza la adaptación— es por medio de aquellas imágenes que al mismo tiempo que la expresan, la deforman.
Ciertamente, resultará difícil vivir a flor de piel nuestra dependencia de un Dios que es no siendo nada —o nadie aún—… a menos que nos encontremos en aquellas situaciones en la que esto se nos revela sin que quepa apelación. Y es que el Dios que en sí mismo es el que no es nada —o nadie aún— en modo alguno puede aparecer como un dios al uso. Mientras no nos encontremos en la situación donde cabe la revelación, nuestra congénita dependencia de Dios solo puede incorporarse a través del imaginario en el que Dios es concebido a la manera de un padre espectral. Si podemos creer en esta representación —si podemos tomárnosla en serio—, entonces estamos cerca de la verdad. Aunque, con respecto a Dios, la distancia entre estar cerca de su verdad y ser abrazados por ella sea insalvable desde nuestro lado. De ahí que el riesgo del imaginario sea el de confundir el dedo con aquello a lo que apunta.
Sin embargo, el problema, hoy en día, es que ya no podemos tomarnos dicho imaginario en serio. Donde irrumpió la sospecha —y en la Modernidad la sospecha prevalece sobre el asombro— no vuelve a crecer la hierba. Y ante el derrumbe del imaginario religioso —ante el tópico que lo entiende como superstición—, diría que no hay otro modo de incorporar la verdad que interiorizando la historia que dio pie a la revelación. Otro asunto es que quienes pertenecen a las canchas cristianas anden entre el imaginario y la historia. Pero al igual que no hay plata sin ganga, nada dura sin mezcla. Esto, sencillamente, es así.
PS: con respecto a la mujer o la rosa, la estrategia será, hasta cierto punto, distinta. En el caso de la mujer: que haya zonas intocables, esto es, sagradas; que no todo en su cuerpo esté a tu disposición. En el de la rosa: que para st Jordi haya rosas que no puedan cortarse, aun cuando ello suponga una pérdida económica. Al fin y al cabo, que haya espacios —o tiempos— que el profanador que somos no pueda pisar. Se trata de preservar la distancia de la alteridad. Hablamos, en definitiva, de la relación entre lo sagrado y la Ley. Aun así, va a resultar muy difícil que lo consigamos donde el antiguo sentido de lo sagrado se ha disuelto como azúcar en el café —en definitiva, donde ya no hay dios que imponga el tabú. Pues el hombre no puede decidir por sí mismo que permanecerá fuera del trato. O no puede decidirlo sin que la decisión se tambalee como un castillo de naipes.
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