hiatus: de Platón y la sofística (2)

octubre 24, 2023 § Deja un comentario

El haber de lo que vemos y tocamos es lo que siempre damos por descontado en el ver y el tocar. Esto es, el presupuesto fundamental de la experiencia es que las cosas que percibimos son, están ahí. Con respecto al hecho de estar-ahí, la rosa y el cerdo son lo mismo. Las diferentes cosas que hay tienen en común el hecho de que son. De momento, todo muy obvio.

¿Cabe preguntarse, sin embargo, por el haber en cuanto tal? ¿En qué consiste ser al margen de los diferentes modos de ser? Ciertamente, hay el haber. Sin embargo, el haber en cuanto tal, es decir, con independencia de su hacerse presente en el haber de las cosas, no es nada en concreto. Basta con imaginar que, de repente, desapareciese el mundo. ¿Acaso, de seguir existiendo, no estaríamos expuestos a la oscuridad y el silencio más absolutos —a un ahí sin forma? Si tan solo es lo que se hace presente bajo un aspecto u otro, entonces el haber en cuanto tal —y porque es en cuanto tal, es decir, al margen de su hacerse presente— estrictamente hablando no es. Sin embargo, es innegable que hay cosas. ¿Cómo entender, por tanto, que haya cosas y, a la vez, que no haya el haber en cuanto tal? ¿Es posible que haya cosas porque, precisamente, no hay el haber en cuanto tal —porque este no se hace presente a una sensibilidad? ¿Cómo entender, al fin y al cabo, este porqué? Vamos a enfrentarnos a estas preguntas a través de la idea de belleza, a la cual Platón recurre con frecuencia… lo que no es casual, como veremos.

Hay cuerpos bellos —cuerpos que vemos o reconocemos como tales. ¿Qué es lo real de un cuerpo bello en tanto que bello? Si lo real es, por defecto, lo que se hace presente bajo un determinado aspecto, entonces lo que se hace presente en un cuerpo bello en tanto que bello es, precisamente, la belleza. Ahora bien, lo cierto es que este hacerse presente es siempre relativo a un punto de vista o momento dado. Un cuerpo bello nunca es absoluta o incondicionalmente bello, esto es, bello desde cualquier óptica o sensibilidad. En ningún caso, un cuerpo bello será bello por entero. Tan solo hasta cierto punto o medida. Ahora bien, si únicamente es lo que permanece invariablemente por debajo del cambio, entonces ningún cuerpo bello termina de serlo en verdad Y lo que no termina de ser en verdad, estrictamente hablando no es. Hablando en propiedad, ningún cuerpo bello es bello, sino que se nos muestra como si lo fuera.

Así, cuando decimos de un cuerpo que es bello, en el fondo lo que decimos es que en ese cuerpo aparece la belleza —la muestra, revela o representa. Platón dirá que el cuerpo bello participa de la belleza como tal. De ahí el carácter ambivalente de las apariencias. Por un lado, el aparecer es, en cualquier caso, el aparecer de lo real: la belleza aparece o se hace presente en los cuerpos bellos. Y por eso podemos decir, aunque solo hasta cierto punto, que un cuerpo bello es, precisamente, bello. Pero por otro, la belleza nunca aparece de manera incondicional, sino siempre como copia imperfecta (la expresión es de Platón) —como el eco o reflejo de una belleza absoluta. Es como si la belleza solo pudiera manifestarse dejando atrás su carácter absoluto o sin resquicio. El mundo aparente, por tanto, es aparente en un doble sentido. Es aparente porque en él aparece o se muestra lo que es en verdad. Pero también es aparente —y aquí por aparente entendemos ilusorio— porque en el aparecer de lo que es en verdad, no aparece como tal lo que, al fin y al cabo, aparece o se revela. No es casual que la palabra revelación posea una doble acepción. Por un lado, apunta al descubrir. Como quien aparta un velo. Pero por otro, significa volver a velar. Podríamos decir que la belleza como tal desaparece o da un paso atrás en su aparecer como cuerpo bello.

En consecuencia, hay belleza. Pues de lo contrario no podríamos reconocerla en los cuerpos más o menos bellos. Pero la belleza en cuanto tal no es visible —no se hace presente a una sensibilidad. La belleza en cuanto tal o absoluta tan solo puede ser pensada… como la condición de los cuerpos bellos. En este sentido, la belleza es idea. Ahora bien, se trata de una condición que no es solo formal, como creyeron los sofistas, sino también —y sobre todo— real . Hay belleza y no solo una definición formal de belleza—y por eso mismo, vacía de contenido. Sin embargo, que haya belleza y no solo una definición formal de belleza nos obliga racionalmente a admitir un hiato entre lo absolutamente real y su hacerse presente en lo sensible. En este sentido, Platón dirá que lo real trasciende el ámbito de cuanto podemos ver y tocar. Y no puede dejar de hacerlo. Como sabemos, la manera de expresar el carácter trascendente de lo real será por medio de la imagen de los dos mundos.

Sin embargo, llegados a este punto alguien podría preguntarse por qué hay cosas y no tan solo idea. La respuesta, de haber entendido lo anterior, es inmediata: nada es real que no se haga presente de un modo u otro; sin embargo, el hacerse presente de lo real va con la pérdida de su carácter absoluto… o realmente real, por decirlo así. Así, la belleza, pongamos por caso, solo puede mostrarse o hacerse presente relativamente, esto es, en relación con un punto de vista o manera de ver. Por eso un cuerpo bello solo es aparentemente bello —y aquí hay que tener en cuenta el doble sentido de la palabra apariencia.

Es verdad Platón en el Timeo responde a la cuestión contando una historia: el mundo que habitamos fue creado por una divinidad artesana —un demiurgo— como copia del mundo real y sobre la base de una materia prima que se resiste a adoptar la forma de la idea —y de ahí que las cosas sean copias imperfectas de la idea. Sin embargo, el Platón de la madurez —el de El Sofista— ofrecerá una explicación más racional, la que hemos desarrollado aquí: lo real —es decir, el lo que de lo que aparece— solo puede hacerse presente dejando atrás su carácter absoluto o incondicional. Hay cuerpos bellos porque hay belleza. Pero el haber de la belleza en cuanto tal es lo que tuvo que desaparecer en su hacerse presente como cuerpo bello. Es como si el darse de la belleza fuera con su negación de sí. O por decirlo a la manera de Heráclito: el sí va con el no —la aparición con la desaparición del carácter absoluto de lo que aparece.

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