fe y legitimidad
febrero 19, 2024 § Deja un comentario
En el contexto de la tolerancia democrática suele recurrirse al término legitimidad. Así, fácilmente decimos que, en democracia, todos los credos religiosos poseen la misma legitimidad —que cualquier credo tiene derecho a ofertarse—… siempre y cuando no pretendan ocupar la totalidad del espacio cultural, esto es, mientras los credos no intenten ser hegemónicos.
Ahora bien, el término legitimidad es una categoría política. Y lo que implica plantear la cuestión de la legitimidad como primera cuestión es que lo político, en democracia, pasa por delante de las respuestas a las cuestiones fundamentales de la existencia y con respecto a las cuales la palabra no es legitimidad, sino verdad: qué es lo que en verdad acontece o tiene lugar frente a lo que simplemente pasa. Y aquí no todas las creencias se encuentran en el mismo plano. La legitimidad democrática le cierra el paso —o, mejor dicho, el paso público— a la cuestión de la verdad. No cabe, por tanto, la discusión —la polémica. Afirmar, pongamos por caso, que la confesión cristiana está más cerca del tuétano de la existencia que el Islam o el budismo tibetano sería, sencillamente, inaceptable. Evidentemente, el respeto siempre de por medio. Pero ¿acaso respetas a quien no cree en lo mismo cuando ni siquiera te atreves a cuestionarlo? Al no entrar en polémica —y doy por sentado que se entra (y se sale) con buenas formas—, el cristianismo le sigue el juego al liberalismo, tanto político… como económico.
Por consiguiente, debido a la actual preeminencia sociocultural de lo político, la fe queda reducida a suposición o perspectiva… entre otras. De ahí que muchos cristianos terminen diciendo aquello de para mí… olvidando que la fe, antes que un mapa del territorio, es una confesión ante aquel que, colgando de una cruz, te pregunta: y tú quién dices que soy yo. Hace falta mucho valor —o, mejor dicho, hace falta hallarse en la situación de quienes ya no pueden esperar nada del mundo— para responder tú eres el cuerpo de Dios. Y digo valor porque está confesión cuestiona —y seriamente— los poderes de este mundo, los cuales no suelen andarse con una flor en la mano.
Quizá sea por eso que, por lo común, prefiramos decir que la pluralidad de los credos nos enriquece. No digo que no. Pero este enriquecimiento difícilmente tendrá que ver con la opción fundamental. Por decirlo en breve: aquellos que subrayan el para mí, como si la fe fuera el resultado de una elección que se decide enteramente desde el lado del yo, no se encuentran en la situación en la que solo cabe confesar o, por el contrario, seguir martilleando el clavo, aunque sea con los golpes de nuestra indiferencia.
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