publicanos
abril 5, 2024 § Deja un comentario
Para entender el alcance —por no decir, lo inaceptable— de la parábola de Lucas (18, 9-14), basta con sustituir al publicano por un genocida. Y teniendo en cuenta que los fariseos eran quienes cumplían con la Ley a rajatabla, esto es, ejercían la caridad, iban a misa… , en definitiva, buena gente, cuesta de tragar —o debería costarnos— que Jesús de Nazaret diga que el genocida arrodillado está más cerca de Dios que aquel que cree estar cerca de Dios.
Sin embargo, los que pretenden salvar los muebles podrían ahora decirnos que el problema no es que el fariseo crea estar cerca de Dios, sino que, al creerlo, desprecie a quienes no cumplen. De acuerdo. Pero ¿acaso el desprecio del fariseo es una variante del típico desprecio aristocrático, el que distingue a los elevados de la purria? Es posible. Pero en este caso, quizá no sea del todo así. Pues, aun cuando puedan haber dosis de desprecio —no hay sentimiento químicamente puro—, el agradecimiento por los dones recibidos de algún modo incluye inevitablemente un cierto alegrarse por no ser como los otros.
Ahora bien, de esto último no se desprende, cristianamente, que no quepa el agradecimiento —que solo valga el quedar sepultado por las propias heces morales—, sino que la experiencia de la gracia va de la mano del sentimiento de culpa: derramaste la sangre de Abel (y la seguimos derramando, incluso donde nos limitamos a pasar de largo). Desde una óptica cristiana, la gracia siempre se nos ofrece como el envés de la redención.
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