la metafísica y los idiotas

May 10, 2024 § Deja un comentario

El desprestigio de la metafísica nos vuelve, sencillamente, más idiotas. Por no decir que nos condena a la idiotez. Y no porque el estudio de la metafísica suponga un más que notable ejercicio mental, sino porque difícilmente iremos más allá de twitter donde no nos enfrentemos a la pregunta de la metafísica: de qué hablamos cuando hablamos de lo que es.

Evidentemente, la respuesta más espontánea —lo que podemos ver y tocar— no basta. Al menos, porque lo que podemos ver y tocar está atravesado de una enorme ambigüedad. Si no nos lo parece, es porque la opinión —ese lugar común—, al disolver la ambigüedad antes de tiempo, tan solo la disuelve en apariencia. Y esto implica un permanecer reos de lo impersonal: de los que se dice, se hace… ¿Es el dinero bancario, pongamos por caso, un logro social o, por el contrario, el instrumento más sofisticado de la dominación de unos —pocos— sobre otros? Los economistas liberales se quedarán con la primera opción —es un logro social—, eliminando la alternativa sin titubear. En cambio, los de izquierdas tampoco dudarán a la hora afirmar lo segundo —y de ahí la tentación de comenzar desde cero. ¿La IA es consciente o simplemente procede como una máquina de coser, ciertamente más compleja? No hay modo de enfrentarse seriamente a estos interrogantes sin abordar la cuestión principal de la metafísica.

Sin embargo, el problema es que la metafísica no resuelve las preguntas que se plantea. Más bien, nos sitúa ante la paradoja que sostiene cuanto hay. De hecho, nos permite comprender porque la ambigüedad es irreparable. No hay luz sin oscuridad. SI todo fuese luz, sencillamente no habría luz.

Ahora bien, si el amor de una madre aparece, por un lado, como amor hacia el hijo y, por otro, como amor al vínculo con el hijo, entonces la cuestión no es de qué se trata en el fondo, sino qué pesa más en cada caso. Y aquí no valen los principios generales, sino el discernimiento o, por decirlo a la clásica, la prudencia del sabio, esa habilidad para ver la justa medida de los diferentes componentes de una mezcla, una habilidad que en modo alguno puede transmitirse por medio de instrucciones o algoritmos.

De ahí que Platón dijera que si no nos gobiernan los sabios, no hay nada que hacer, salvo trampear. Y los sabios —de hecho, los que persiguen la sabiduría— no es que estén muy interesados en gobernar, más allá de gobernarse a sí mismos. Pues saben perfectamente que de los idiotas, literalmente aquellos que no tienen otro interés que el propio, solo cabe esperar idioteces… a menos que los idiotas reconozcan la autoridad del sabio. Pero esto es, precisamente, lo que no pueden hacer en tanto que idiotas. Es así inevitable que la vida en común se consolide en torno a la violencia, sea o no amable, en definitiva alrededor del poder de la espada o el de la retórica más hueca. Esto es, o sangre o humo.

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