de la donación y el formar parte
junio 11, 2024 § Deja un comentario
Diría que una existencia abierta a lo que nos supera o trasciende puede partir de dos convicciones. O bien, aquella que afirma que formamos parte de aguas que nos cubren —la expresión es de Merton; o bien, la que experimenta el mundo como dado. No es exactamente lo mismo. La primera convicción es religiosa. Así, conforme a esta deberíamos ajustarnos a lo que exige el orden del que, precisamente, formamos parte. Al fin y al cabo, se trata de participar del lado bueno de la naturaleza, la cual, y por eso mismo, será inevitablemente divinizada. Aunque no se crea en ningún dios. Todo queda, sin embargo, en casa. La trascendencia es, sencillamente, el todo —y el mal, un error de perspectiva.
Desde la segunda óptica, en cambio, la naturaleza es vivida como dada. Esto es, como donación. Ahora bien, el asunto es cómo entender esta donación. Pues aquí aún es posible entenderla a la religiosa: como si fuera el presente de un ente superior. Es cierto que la imaginación no puede evitar verlo así. Pero quizá no sea anecdótico que bíblicamente se entendiese la donación como testamento. Y es que, para el pueblo de Israel, la trascendencia de Dios siempre se sufrió como aquella que andaba ronzando la nada —y de ahí que el creyente permaneciese a la espera de Dios. Dios fue siempre el Dios del séptimo día, un Dios que, tras retroceder a un pasado anterior a los tiempos, estaba eternamentepor venir. No es casual que la espera de Dios solo llegara a concretarse como la esperanza en la venida del Mesías. En cualquier caso, quienes padecen, en el sentido más amplio de la expresión, la trascendencia de Dios, las imágenes no bastan. En su lugar, las historias —y la Biblia está a rebosar de ellas. En realidad, las imágenes siempre estuvieron al servicio de una fe acomodada.
Evidentemente, la trascendencia no es, según Israel, la de una dimensión oculta. Y quizá por eso mismo tenga dos lados: el de la luz y el de las sombras… como supo —y sufrió— Job. De ahí que, bíblicamente, la creación esté por resolver. Para la sensibilidad bíblica, el todo es el aún-no-todo.
Como decía, la inquietud de Israel no es exactamente la mismo que la de quienes se preguntan qué deberíamos hacer para sumergirnos en las aguas que nos cubren. Esto es, en última instancia, paganismo. Nadie niega, sin embargo, que las aguas nos den mucha paz. El problema es que, para quienes sufren la violencia de los que no tenemos piedad, las aguas siempre fueron las que ahogaron a sus hijos.
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