razón y fe
agosto 29, 2024 § Deja un comentario
Ciertamente, la razón puede alcanzar el dominio de la trascendencia —puede comprenderlo. Y aquí no tenemos por qué apelar a la escolástica. Basta con Hegel. O con Heidegger. Aun cuando ninguno admitiera que su pensamiento fuese teología por otros medios. Ahora bien, nadie cree porque sepa que, efectivamente, hay Dios —o mejor dicho, porque esté convencido de que el haber de Dios, en tanto que puro haber, es el envés de la negación de sí: no hay haber que no sea sea un haber del mundo —y por eso mismo, el puro haber es lo que continuamente retrocede en el haber del mundo.
El problema consiste en que los resultados del ejercicio de la razón, a causa de su extravagancia, no son fácilmente incorporables… si es que pueden llegar a serlo. El hiato que media entre la sensibilidad y la razón es insalvable. Seguimos viendo la tierra como si fuese plana, aun cuando sabemos que no lo es. En buena medida, el creyente común es un terraplanista.
De ahí que quizá no sea casual que, según el cristianismo, la definitiva incorporación de la verdad de Dios —el que se haga cuerpo— no se dé a través de las imágenes que inspiran la devoción —y más si esas imágenes no arrastran la historia que hay detrás—, sino donde ya no cabe hacerse ninguna imagen de Dios. Esto es, en Getsemaní.
Poco comprenderemos del carácter de la esperanza cristiana de continuar tomando sus imágenes, más bien delirantes, como si concretaran una expectativa, una previsión. Pues, en realidad, poseen el carácter de una desesperada invocación, por no decir del clamor: maranatha. En nombre de Dios, el verdugo no puede vencer. Aunque sensatamente no podamos tomárnoslo en serio.
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