es así
septiembre 2, 2024 § Deja un comentario
Dice Dorothee Sölle, “solo se puede creer cuando ya se ha muerto alguna vez”.
Y es cierto. Únicamente, me atrevería a añadir una nota al pie: tan solo cabe incorporar el contenido de las fórmulas de la fe tras la muerte… o tras haber muerto con los que mueren antes de tiempo. Y aquí muerte significa: no nos queda vida por delante… aun cuando biológicamente sigamos con vida durante siglos. Quienes han perdido a sus hijos, por ejemplo, no ignoran que ya están muertos.
No es anecdótico que cristianamente la fe vaya de la mano con el final de los tiempos, en definitiva, con un cierto sentido de la urgencia: no nos queda mucho tiempo por delante. Traducción: para el creyente, el mundo ha dejado de ser su horizonte, el campo de su posibilidad. No hay nada qué hacer desde nuestro lado, salvo seguir siendo fieles al mandato divino, a saber, el que nos impulsa a dar de beber al sediento, vestir al desnudo… Y esperar. Al fin y al cabo, la convicción cristiana es que lo decisivo de la existencia —el Sí o el No— sucede tras la muerte.
(Aquí el nihilista diría que no hay nada que esperar. Nada nuevo tendrá lugar. Y la historia parece confirmarlo. Ahora bien, ¿la resurrección de los muertos no fue —y sigue siendo— un dato? ¿Acaso aquella madre judía, cuyos nueve hijos murieron gaseados en Auschwitz, no resucitó al acoger a los huérfanos de Israel que, después de la guerra, deambulaban por las calles de Jerusalén? Y este volver a la vida con las huellas del crimen aún adheridas a la piel, ¿no apunta a que al final la vida debe triunfar sobre el hedor a muerte? Quien se toma en serio su fe no puede menos que tomarse en serio el nihilismo. Pues frente al mismo tan solo cabe un imperativo en nombre de, en modo alguno un ideal o una previsión que podamos admitir.)
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