curso de lingüística general
mayo 13, 2025 § Deja un comentario
Hay dos manera de situarse ante la dimensión desconocida. O también, de encontrarse abiertos a lo que nos supera. La primera es la más común: hay signos. Como el humo que vemos apunta a la combustión que no vemos. De ahí nace el sentimiento de formar parte. La segunda, en cambio, comprende simbólicamente la existencia. Y la comprende a flor de piel. Pues el símbolo, propiamente, remite a la parte que falta de una unidad original, una parte que perdimos de vista in illo tempore y cuya naturaleza, de haberla, ignoramos. Es lo de la rosa sin porqué del Silesius.
La música de fondo de la primera es armónica —y de ahí que su horizonte sea, precisamente, el de sintonizar con la buena onda. La de la segunda, disonante. Hay algo en lo dado que no podremos reparar por nuestra cuenta y riesgo. Aunque tampoco parece que pueda hacerlo un deus ex machina. Al menos, porque el carácter irreparable de la totalidad arraiga en un más allá de cuanto es, incluida la dimensión desconocida. Aquí lo que está en juego no es la posibilidad de armonizar —pues existimos como los arrancados—, sino un tener que responder a la situación.
La primera, termina con un dejarse llevar de corte ascético. Y eso, sin duda, puede resultar saludable. La segunda, con un primero obedeceremos y luego ya veremos. Y aquí la obediencia, la cual no excluye un hallarse en gracia, pasa por Mt 25… lo que ya nos da a entender, de por sí, que no estamos ante una variante de la antigua gnosis. Pues los salvados ignoraban que dieran de comer al hambriento en nombre de Dios. Puede que la carga de profundidad de ambas espiritualidades no sea la misma. Ni quizá complementarias. Aunque tampoco inevitablemente excluyentes.
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