Nussbaum

junio 4, 2025 § Deja un comentario

Es posible que la pregunta por los marcos institucionales y culturales que deberían facilitar el desarrollo de nuestras potencialidades se ahorre alguna que otra cuestión de fondo.

La primera sería la siguiente: cuando admitimos que. con respecto a dicho desarrollo, no hay algo así como un único criterio, esto es, ningún acuerdo sobre en qué consiste una vida lograda, ¿acaso no estamos obligados a situar en el mismo plano una vida que se diga a sí misma que lo único que vale la pena es terminar su colección de sellos antes de morir que aquella que se haya centrado en dar el pan a los hambrientos? ¿Cómo situar bajo los presupuestos del liberalismo democrático aquello que decía Mill de sí mismo, a saber, que prefería ser un Sócrates insatisfecho a un cerdo satisfecho? La satisfacción difícilmente puede presentarse como criterio de una vida lograda. La felicidad se sitúa al margen del par satisfecho-insatisfecho. Más bien, tiene que ver con hacer lo que uno quiere —y por consiguiente, con la libertad interior. Sin embargo, esto último no es posible sin obedecer a un mandato que no podremos cumplir… hasta el final. A lo sumo, permanecer fieles a su demanda —que no es poco. Nada que ver, por tanto, con poder hacer lo que uno desea. Un deseo, al fin y al cabo, reposa sobre una ficción.

La segunda surge a propósito de lo anterior: ¿podemos concebir una vida lograda al margen de la búsqueda de lo que en modo alguno cabrá poseer —de lo que solo admite, literalmente, ser amado y no solo deseado— y, por consiguiente, sin un cierto sentido de hallarnos ante lo que nos supera por entero? Si dudamos, entonces estaría bien que volviéramos a leer el relato de la caverna. Renunciar a ello supondría caer, sencillamente, en el nihilismo. Sin embargo, el liberalismo democrático, en definitiva, nuestro sentido de la tolerancia, no puede admitir dicho relato como normativo… sin regresar a un sentido aristocrático de la existencia.

La tercera: ¿es posible que una vida lograda —una vida que vaya más allá de la dedicación al hobby— no entre en conflicto con la polis? De hecho, si aceptamos la sentencia final de la Apología de Sócrates —una vida reflexionada tiene más valor que una sin examinar—, entonces, y teniendo en cuenta que la polis obvia lo que considera obvio, quien se interroga, aunque sin hallar respuesta, sobre lo que la polis da por descontado no termina de hacer buenas migas con la gente. Más bien, molesta.

La cuarta: ¿puede nuestra realización pasar de largo ante el hecho de que nuestra fina sensibilidad se asienta, como decía Walter Benjamin, sobre documentos de barbarie? La cancelación de quienes, con sus crímenes, hicieron posible que ahora podamos plantearnos cómo alcanzar una vida plena ¿no nos empuja a desantender nuestra responsabilidad histórica? ¿No es como si los hijos del capo, los que gracias a la sangre derramada por su padre viven en la abundancia, dijeran nosotros no tenemos nada que ver con él? Esa renuncia al padre, ¿no conserva algo de la culpa original? Sin embargo, ¿hay redención para esta culpa?

Pues eso.

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