no hay tautología
agosto 31, 2025 § Deja un comentario
El principio de identidad —A es A— es algo más que una verdad formal, al revelar el doble lenguaje que constituye el habla. Ciertamente, cuando nos situamos exclusivamente en la perspectiva lógica, perdemos de vista su carácter revelador. Pero el principio de identidad es inútil —esto es, no sirve como regla del apañárselas con cuanto nos rodes— si no remite, al fin y al cabo, a un algo. A es A no dice nada si no podemos afirmar que una manzana es una manzana.
Evidentemente, si permanecemos en el lado del concepto, no hay más que decir. Y por eso mismo, una madre es por definición una madre, pongamos por caso. Pero una vez descendemos al terreno de la individualidad, siempre cabe decir más. Pues individualidad significa posibilidad de negar el ajuste con el concepto, un ajuste por el que —conviene destacarlo— lo particular llega a ser, precisamente, lo que es. Y dado que esta posibilidad permanece, cuando menos, latente en lo más íntimo, la negación se revela como el sesgo de la individualidad.
Así, la posibilidad de que una madre abandone a sus hijos sigue ahí, en cualquier madre… en tanto que madre. De lo contrario, no tendría sentido hablar de malas madres. No hay madre que, siendo una buena madre, no conserve en su seno a la mala. De ahí que antes nos refiriésemos al habla como doble lenguaje, en definitiva, a la ambigüedad que atraviesa cuanto es. Hablamos, en definitiva, del tiempo.
Para entendender mejor esto último, consideremos lo siguiente. Decimos el presente es presente. Y creemos estar diciendo una obviedad. En cierto modo, es así. Pues, siendo lo obvio lo obviado, solemos pasar de largo ante este tipo de afirmaciones. Ahora bien, porque pasamos de largo, no nos damos cuenta de que la obviedad dice siempre más de lo que aparentemente dice. En este caso, que el presente se nos presenta como presente, es decir, como dádiva. De este modo, al presentarse como don, la presencia de cuanto tiene lugar es remitida a un antecedente que, en última instancia, apunta al pasado absoluto de un puro ahí. Todo es de nada.
En general, podríamos afirmar que con el principio de identidad, una vez se aplica a lo que es, la primera aparición del término se sustrae a la segunda —y por eso mismo deviene algo más. A es A —algo es lo que es— porque A no acaba de ser A. Es lo que tiene la singularidad de un A —en definitiva, del esto que es A. Esta sustracción o retirada sostiene la posibilidad de dejar de ser lo que se es. Todo esto se encuentra infectado de la nada de un puro ahí —de la nada de la que procede… pues hay algo porque la nada no es; porque la realidad de la nada del puro haber consiste en una negación de sí: no es nada. Hablamos, por tanto y como decíamos, del tiempo. Así, es verdad que un amigo es un amigo. Pero porque la amistad determina al amigo como tal, el amigo es algo más que un amigo,a saber, alguien que podría dejar de serlo.
Más aún: quien dice yo soy el que soy ya por eso mismo está más allá de su concepto, modo de ser o aspecto. Ahora bien, por eso mismo, sin su aspecto ese yo no es aún nadie.
Traducción cristológica: Dios —trinitariamente, el Padre— está eternamente más allá de su cuerpo porque sin ese cuerpo colgando de una cruz no es nadie. Y si pillamos esto —mejor, si no lo experimentamos, es decir, padecemos— va a resultar difícil no escandalizarse… por poco que conservemos una cierta sensibilidad religiosa.
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