no corromper
diciembre 14, 2019 § Deja un comentario
Las leyes de la pureza ritual obedecen, más que a la superstición, al intento de preservar el motivo de la esperanza. Pues todo lo puro —todo lo absuelto— termina siendo pervertido. Puro es, por ejemplo, el hombre que permanece en la bondad donde no es posible que haya bondad. Mejor dicho, puro es el gesto, no su intención, con el que da de beber al sediento. Así, supongamos que en el mundo tan solo quedara un niño; que la humanidad se hubiera vuelto estéril y corrupta. Este último niño sería sagrado —y no solo nos lo parecería—, literalmente, un intocable. Sencillamente, no debe podrirse, no debiera morir. El mundo no está perdido mientras siga habiendo un resto de inocencia (aunque sea congénita y, por eso mismo, carezca de mérito). Ahora bien, porque caímos en el tiempo —porque nuestro niño crecerá— lo santo resulta inaccesible, no tanto por su altura o por la decisión de no tocar, sino porque fue. De ahí que los tiempos sustituyan a los cielos. O cabe el regreso; o nunca hubo lo que fue, sino que, en cualquier caso, vimos un espejismo. O quizá hubo pureza, pero fuimos condenados a la maldición (y uno, ciertamente, prefiere pecar de iluso que de maldito).
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