amor a la verdad
diciembre 24, 2019 § 1 comentario
Más que encontrar la verdad —lo que en verdad tiene lugar al margen de lo que nos parece—lo que queremos es buscarla. Pues de hallarla difícilmente podríamos evitar preguntarnos si acaso eso es todo. Algo parecido podríamos decir con respecto a Dios. Por suerte ni la verdad ni Dios, si es que no hablamos de lo mismo, están por la labor. Siempre más allá, de tal modo que, al final, nos iremos con las manos vacías. Como si lo único que aconteciera en cuanto sucede es que nada acontece. O la nada o un porvenir absoluto del que no podemos hacernos una idea que sea creíble.
Entre la nada y ese porvenir absoluto inimaginable, ¿no habría lugar para signos —cierto que ambiguos, corruptibles y deconstruibles—, símbolos —semánticamente manipulables— y huellas —fácilmente ignorables—, que se escapan entre los dedos si se quieren apresar pero que funcionan como índices de esa verdad y ese Dios que significan la vida del mundo?