Terrence
junio 26, 2020 § Deja un comentario
El poeta es capaz de rescatar la belleza que anida en el fondo de lo prosaico. También el horror. En cualquier caso, solo puede hacerlo separando el trigo de la paja —la plata de la ganga. Pues en lo prosaico todo es mezcla. De ahí que el poema muestre una belleza absoluta, sin tara. La cuestión es cómo lo muestra. Pues de hacerlo directamente la revelación se hundirá en las cristalinas aguas del mito —en la imagen paradigmática—, con lo que resultará increíble (aunque también ilusionante). Quizá el único modo de evitarlo sea contando una historia en donde la belleza —el bien, la bondad— se ofrece como un destello de pureza en medio de la degradación. Pero aquí, nos quedará un sabor agridulce. En el primer caso, la belleza es suprema (y por eso mismo, divina). Está ahí, indiferente a las luchas de los hombres, aun cuando necesitemos del poeta para verlo. En el segundo, deviene promesa. Aunque en ambos casos no podamos evitar la sensación de que la belleza no es para nosotros. Como si tan solo fuera posible contemplarla. De hecho, es lo único que cabe hacer frente a un Dios. Esto, y permanecer fiel a la obligación de preservar la distancia. Aunque sea al precio de morir a manos de los heraldos de la oscuridad.
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