los órdenes de lo real
agosto 16, 2020 § 2 comentarios
La Modernidad comienza donde se suprime la antigua convicción de que lo real no es homogéneo —de que hay órdenes del ser. La ciencia, de hecho, presupone que, al fin y al cabo, todo son variaciones, cada vez más complejas, de una y la misma cosa. Para Galileo, no hay diferencia entre las leyes de los cielos y las del mundo sublunar. Sin embargo, podríamos preguntarnos si con la cosmovisión científica, a pesar de sus ventajas, no habremos dado un paso atrás —un paso que nos impide, precisamente, comprender lo que sostiene una sensibilidad religiosa.
Como sabemos, fue Descartes quien puso sobre la mesa las implicaciones de la visión científica del mundo. Para Aristóteles, y en lo que respecta al conocimiento, la vía de acceso al mundo de las piedras no puede ser la misma que hace posible un conocimiento de los cielos. Hay tantos saberes —hay tantos métodos— como órdenes de lo real. En cambio, desde el punto de vista moderno, hay un solo método para cualquier cosa. Tan solo es lo que admite una medida. La unidad del saber la proporciona un único procedimiento. Ahora bien, el que, de facto, no haya ciencia, sino ciencias ¿no nos sugiere, cuando menos, que la reducción racional es más un horizonte que un dato? No parece que un átomo pertenezca al mismo mundo que una ameba. Ni da la impresión de que una ameba puede siquiera vislumbrar la realidad del hombre. Lo inerte no puede comprender lo vivo. Ni lo que vive como si fuera una pieza de un engranaje —una lombriz encaja en su entorno como el hígado en nuestro cuerpo—, una existencia que es consciente de sí y de cuanto que le rodea. Más bien, lo obvio debería ser que dentro del todo hay algo así como diferentes mundos.
Sin embargo, también es cierto que la línea que separa los diferentes órdenes es porosa. El orden inferior influye en el superior. Pero también es posible, al menos en principio, el camino inverso. La cuestión es cuál de las dos dimensiones tiene más peso. Para la Antigüedad, lo determinante era el orden superior. Pues lo que antiguamente se daba por sentado es que una naturaleza se define por aquello a lo que está llamada a ser. Sin embargo, esta cosmovisión comenzó a perderse de vista con Tales y su todo es agua —con la convicción de que lo deteminante no es lo trascendente, sino lo subyacente. Una vez, el mundo puede prescindir de Dios, triunfa la reducción de lo superior a lo inferior. De hecho, la posibilidad de que la mente incida decisivamente en el cuerpo nos resulta, de entrada, ininteligible. Casi un tema de ciencia ficción. Para la sensibilidad moderna lo inferior constituye un límite para lo superior, aunque sea un límite hasta cierto punto técnicamente desplazable. Se trata del no es más que de la racionalidad moderna. Sin embargo, que sepamos que no somos ángeles, no implica que no los haya. Otro asunto es que, de haberlos, quieran saber algo de nosotros. O que no nos vean como nosotros podamos ver a los gusanos.
La relación del hombre de la calle y también de muchos de sus «profesionales» hacia el conocimiento-ciencia ciertamente es «moderna», pero sin embargo la intelectual-crítica, ¿no habría de calificarla más bien de postmoderna y el problema entonces sería otro? Si al fin y al cabo todo saber consiste en paradigmas o campos metafóricos que se van sucediendo unos a otros por consensos en los que intervienen motivos de muy diversa índole, ¿la cuestión no sería más bien que el interés instrumental ha terminado fagocitando culturalmente cualquier otra motivación y no tanto la epistemología y ontología de fondo? Cuestión, ciertamente, mucho más compleja de lo que pueda ni siquiera esbozar y que conozco muy colateralmente. Los interrogantes no son en absoluto retóricos.
Buenas tardes,
Sólo un breve comentario acerca de Aristóteles y Descartes en tanto que modelos de quehacer científico. Creo que una diferencia radica en que, en el primero, es el objeto el que determina el camino de acceso a él y, por tanto, su estudio implica un cuidado del objeto mismo por parte del pensador y, en Descartes, sin embargo, todo es lo mismo, es decir, la voz cantante la lleva el científico que, eliminando las diferencias de todo tipo, se impone al objeto brutalmente.
Un cordial daludo
Iñaki