iguales
agosto 17, 2020 § Deja un comentario
No es nada obvio que el enemigo —el que nos puede, el que desea la muerte de nuestros hijos— sea un igual. De entrada, es el demonio, la bestia. Para hacernos una idea de la impresión que produce un enemigo tan solo basta imaginarse que tu vida está en manos de un psicópata. No hay punto de contacto —ninguna emoción en común. Sencillamente, un psicópata se revela como la encarnación de Satán. De ahí que donde la igualdad se da por defecto —donde pasa a ser nuestro prejuicio— nos olvidamos del hallazgo que supuso proclamar que aquel que parece de otro mundo, por su poder, no es más que uno más. Que ante Dios —y un Dios en falta— somos el mismo indigente. Ciertamente, Nietzsche hablaría del hallazgo del resentimiento. Como si el resentimiento fuese el polvo que permanece oculto bajo la alfombra de nuestra moral. Con todo, a pesar de que en el origen hubiera solo rencor —la imposibilidad de admitir la superioridad del noble—, la cuestión es si los débiles dieron o no en el clavo o, si por el contrario, la verdad se decide desde el lado del inhumano. La pregunta no es espuria. Pues difícilmente podrían vernos como iguales aquellos que, tras la debida manipulación genética, llegaran a vivir cien años como nosotros actualmente vivimos diez. O aquellos cuyas sinapsis cerebrales fueran modificadas de tal modo que Einstein les pareciese un deficiente mental.
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