intolerancia cristiana

octubre 28, 2020 § 5 comentarios

Un cristiano es, por defecto, un intolerante. Y no porque sea un talibán, sino porque lo que no puede tolerar, el motivo de su indignación —de su movilización—, es que haya quien no tenga el pan de cada día. Un cristiano, ante el hambre del semejante, experimenta en lo más profundo de sus entrañas una conmoción (y no solo un impulso). Es desde esta conmoción que siente vergüenza de seguir siendo como antes. Sencillamente, no hay derecho a que haya quienes no tengan pan que llevarse a la boca. La existencia cristiana responde a una demanda, en el sentido más amplio de la expresión, y no solo se limita a sentirla. Porque el hambre del prójimo nos acusa, nuestra limosna no basta. Como no bastaría si quien nos pidiese el pan de cada día fuese nuestro hermano de sangre. El hambriento exige nuestra entrega y no solo nuestras sobras. Al fin y al cabo, la respuesta cristiana sigue siendo la de Abraham: Señor ante ti me encuentro; qué quieres que haga. Si Dios es el Señor, el pobre es tu Señor, aquel que decide el sí o el no de tu estar en el mundo. Y ello en nombre, precisamente, de un Dios en falta o por-venir, el único que es en verdad divino. Frente a este Dios —y solo frente a Él—, todos somos iguales. O por decirlo de otro modo, ante Dios, hombres y mujeres compartimos una misma orfandad (y una misma esperanza, aun cuando lo ignoremos). De hecho, ya se nos dijo: no todo el que se llena la boca con la palabra Dios entrará en el Reino (Mt 7, 21-29). Comenzando por quien escribe estas líneas. Y esto es lo mismo que decir que cuanto tiene que ver con Dios resulta excesivo. Por no decir, increíble. De ahí que tendamos, espontáneamente, a pasar de Dios.

§ 5 respuestas a intolerancia cristiana

  • Iñaki dice:

    Hola Josep,
    «Ser cristiano». Parece que la diferencia específica de esa manera concreta del ser, es la de tener delante de sí una pobreza material que no le toca.
    Ser cristiano hoy en día implicaría entonces, por de pronto, una existencia socialmente privilegiada con posibilidad de reducirla o eliminarla.
    ¿Podría un pobre ser cristiano?
    Desde este punto de vista, ¿tiene alguna relevancia la determinación cristiana de nuestra existencia? ¿Sería diferenciador ayudar al prójimo en nombre de Dios?. Quizá «cristiano» no pasaría de ser un mero adjetivo calificativo aplicable, sin duda con más propiedad, a toda la buena gente que, voluntariamente, dedica parte de su tiempo a ayudar a los demás que a los que sólo se limitan a asistir a Misa los domingos.
    No es desde luego el lugar, pero haría falta una fenomenología de la experiencia religiosa de las primeras comunidades cristianas, para ahondar en el sentido de eso que decimos cuando decimos «ser cristiano».
    El niño de la foto conmueve Josep pero, ¿a quién no?.
    Te agradezco de nuevo Josep tus reflexiones que dan lugar a estos, seguramente desvaríos míos.
    Iñaki

  • josep cobo dice:

    ¿Podría un pobre ser cristiano? Claro. Tan solo como pobres somos capaces de Dios. De hecho, como dice Jon Sobrino, son ellos los que nos cristianizan (y no al revés).

  • Iñaki dice:

    Josep, creo que esto es muy importante y me parece que no lo estoy captando bien.
    Lo primero quería hacer una observación general y es que desconfío de los debates morales. Yo no reduzco el cristianismo a una cuestión moral, y no digo que lo estés haciendo ni mucho menos, pero parto un poco de ahí.
    Entonces pregunto acerca de la pobreza a la que creo te refieres, la material:
    ¿Hablamos de dos categorías sociales excluyentes? Esa al menos es mi impresión a menos que las vicisitudes de la vida te cambien de «lugar» necesariamente (nadie quiere ser pobre ni hacerse pobre completamente, y si lo hubiera, por querer ser capaz de Dios aquí y ahora, me parecería igual de fanático que aquel que, en algunas procesiones, se crucifica voluntariamente). No parece que pueda haber un tránsito entre ambas «clases sociales» más allá de lo que Zaqueo llegó a hacer. Él se empobreció, pero no hasta el extremo de hacerse pobre, y recordamos que en su casa llegó la salvación…
    Levinas en uno de sus escritos inéditos dice:
    “Sufrimiento moral: muy hermoso, confortable. Hay en él dignidad, etc. Pero el verdadero sufrimiento es el físico”
    Esta afirmación tiene lugar, para contextualizarla y entenderla, en plena Guerra Mundial. Esa primacía del dolor físico es comprensible. Pero por otra parte hablas de una orfandad común, algo así como un sentimiento de dolor que no es ese al que se refiere Levinas, y entonces es cuando no me aclaro. ¿Quieres decir que el pobre es el «verdadero cristiano» (capaz de Dios = poder responder al clamor del hermano) porque es, efectivamente, materialmente pobre?. ¿La condición de posibilidad de ser cristiano entonces es alcanzar la pobreza material, física y no ya sólo ser capaces de humildad (los pobres de espíritu en tanto que dependientes no de ellos sino de Dios)? ¿La exigencia es extrema y sólo en tanto que extrema, verdadera? ¿El cristianismo entonces busca empobrecerse en vez de luchar contra la pobreza?, pues dices que sólo como pobres somos capaces de Dios, pero ¿a qué pobreza te refieres?. Si es a la material comprendo a Jon Sobrino en su no cambiar porque ¿quién en su sano juicio va a querer aplicarse un sufrimiento físico? Es lo que espero que no sea lo que Dios esté esperando de nosotros.
    Seguramente tenga que leer de nuevo tu libro porque creo que la clave de tu pensamiento se encuentra en lo que quieres decir con «ser capaces de Dios» y no lo he entendido bien. Gracias
    Iñaki

  • Iñaki dice:

    Y disculpa mi impaciencia pero es que nadie (ni sacerdotes ni laicos ni catequistas) me ha dado nunca una respuesta clara a este asunto que estás sacando a la luz

  • josep cobo dice:

    La orfandad es común, Iñaki. Sin embargo, la mayoría vivimos, soberbiamente (en el doble sentido de la expresión), de espaldas a nuestra orfandad. De ahí que solo el creyente se situe ante el llanto de los que sobran como el clamor mismo de Dios. La fe es, en gran medida, una respuesta confiada a ese clamor. Y como tal, no parece compatible con vivir en el lujo, por decirlo así. Sencillamente, el lujo nos incapacita para Dios. Al menos, porque nos permite confiar en nuestras posibilidades. Con todo, la lucha contra la pobreza admite unos cuantos frentes. Una vanguardia sin retaguardia tiene las de perder.

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