credulidad y revelación
diciembre 5, 2020 § Deja un comentario
Una cosa es caer en la cuenta y otra, dar por descontado. Así, caemos en la cuenta de que vamos a morir cuando el médico nos dice que nos quedan apenas pocos meses —o, en su defecto, cuando meditamos sobre nuestro final a la socrática. Memento mori. Los cartujos, no en vano, cavaban a diario su propia tumba. Sabemos que no somos inmortales. Sin embargo, en el día a día, vamos haciendo como si lo fuésemos. Es cierto que no se trata de caer en la obsesión. Pero nuestra existencia carece de verticalidad donde obviamos el acontecimiento fundamental: que vivimos dentro de un plazo (y que por eso mismo, el simple hecho de estar-en-el-mundo es un milagro). Al fin y al cabo, o vivimos de espaldas al milagro o conforme al mismo. O inercia o interrupción —horizontalidad o profundidad. El cristianismo añadirá, por su parte, otro caer en la cuenta: Dios no es, en verdad, el que suponemos espontáneamente, sino el que cuelga de una cruz (y que, por extensión, los otros son nuestros hermanos). Todo un vértigo. Pues ¿acaso podemos incorporarlo como quien no quiere la cosa? ¿Es que hemos sido sacudidos por el hambre del hambriento más allá de una epidérmica y puntual compasión? La credulidad consiste en suponer, por ejemplo, que hay Dios o vida en el más allá como quien supone cualquier otra cosa. Pero la fe no es una mera suposición. Es cuestión de peso —de gravedad. Así, para un cristiano, la muerte del hermano pesa más que la propia. Y por eso vive para los que no cuentan. En modo alguno es casual que, con respecto al Dios del cristianismo, hablemos de revelación y no de iluminación. Y es que la revelación siempre tiene algo de inaceptable. Aunque nos alcance en lo más íntimo.
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