lo debido a Dios
diciembre 27, 2020 § Deja un comentario
No hay algo así como una experiencia directa de Dios. No puede haberla. Pues la realidad de Dios no es la del ente misterioso. En ese caso, su misterio sería relativo a nuestra ignorancia. Como nosotros podemos ser un misterio para las pulgas (y es obvio que no somos dioses, aun cuando se lo parezca a las pulgas). Esto es así a pesar de que Dios, como incondicionalmente otro, sea el misterio del mundo, de cualquier mundo, incluyendo el divino. En el mientras tanto de la historia, la experiencia de Dios es de lo debido a Dios, a su retroceso —a su eterno porvenir: la gracia y el desamparo, los ángeles y los hombres y mujeres de Dios, la bendición y la voz que nos exhorta a cuidar de una vida expuesta a la impiedad. También —y quizá sobre todo—, la promesa de Dios, en el doble sentido del genitivo. El punto de partida es el de un hallarnos en medio de la indecisión del mundo —el de un haber sido arrancados de la presencia. Hay un Sí de fondo. Pero da la impresión de que el No tenga las de ganar. De ahí que donde damos por sentado, aunque sea emocionalmente, que Dios se ubica tras la puerta que nos separa del más allá, tomemos a Dios en vano. Pues Dios carece de ubicación. No hay presente para Dios, sino en cualquier caso, un fue y un será absolutos. Lo decisivo, con respecto a Dios, no es el lugar —el templo, la montaña, el cielo—, sino los tiempos. Ciertamente, la cruz fue un lugar. Pero donde nos quedamos solo con la cruz no hay Dios que valga. De hecho, la cruz es el lugar donde muere Dios. Si hay Dios es porque con la cruz hubo resurrección —porque Dios llegó al presente con la vida de un crucificado. Ahora bien, este llegó al presente significa que, con la resurrección, irrumpió en el centro de la historia el fin de los tiempos. No se trata, por tanto, de la intervención ex machina de Dios. Sin duda, podemos preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos del hecho de la resurrección. Pero este es otro asunto (y no banal).
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