participio
febrero 21, 2021 § 2 comentarios
Nuestra época —es un tópico decirlo— es la de la muerte de Dios como también la de la metafísica. Ambas muertes representan, de hecho, las dos caras de una misma moneda. Y quien dice muerte, dice irrelevancia. Es lo que tiene haber puesto en el centro al yo —o lo que viene a ser lo mismo, a la autorreflexión— como principio y fundamento de cualquier posible verdad. Lejos estamos, pues, de lo que para los antiguos griegos era indiscutible, a saber, que no hay conocimiento que no suponga un participar de lo que nos supera. Aquí la primacía corresponde al exceso. O también, al sentimiento de formar parte. En este sentido, no es casual que el punto de partida del saber sea, en los tiempos modernos, la sospecha y no el asombro. De ahí que el único modo de recuperar, por decirlo así, la posición clásica—y de paso, la del creyente— sea a través de la catástrofe. Pues únicamente donde se derrumban los cielos llegamos a descentrarnos, a comprender, en definitiva, que estar en el mundo significa existir como arrancados. Esto es, que el mundo no es un hogar.
Amén
Estamos en la época de la reubicación de la metafísica, que es el estudio de lo que está más allá de la física. Estamos aceptando resignados que existen conocimientos de distinta calidad y que de la metafísica nuestro saber era de muy baja certidumbre. Era muy poco razonable lo que proclamábamos como seguro.
Desde el renacimiento el espacio que ha ocupado lo metafísico (Dios et al.) ha ido disminuyendo, ha ido quedando arrinconado, desplazado por la ciencia. Hemos descubierto que Dios no era responsable de las tormentas, de los eclipses o de las enfermedades. Y que los milagros no son importantes. Que debemos dejar de buscar señales como niños.
Tenemos que afirmar que el saber basado en la tradición, en las escrituras, ha perdido casi todo su peso. Seamos sinceros. Ahora ya no nos sirve.
Ahora toca buscar nuevas fuentes de conocimiento para sondear el misterio. No nos resignemos a un agnosticismo perezoso. Busquemos.
Hay que asumir que lo metafísico debe ser explorado de otro modo.
Con ilusión. Sin miedo. La verdad está ahí. Por ahí.