equívocos de la fe

marzo 12, 2021 § Deja un comentario

El creyente que, hoy en día, vive a flor de piel su fe corre el riesgo de considerar su sentimiento como criterio de verdad. Así, una de las declaraciones nucleares del cristianismo —a saber, que a través de la adhesión al Hijo de Dios se restaura nuestra filiación—, termina entendiéndose únicamente desde el sentirse hijos de Dios. Es lo que tiene confundir sinceridad con verdad, aunque, con respecto a Dios, la verdad no debería comprenderse como una simple adecuación entre nuestras representaciones mentales de Dios y los hechos. Pues la verdad de Dios no es la de lo constatable, sino la que apunta a una perdida fundamental (y consecuentemente a lo pendiente). De ahí que, al no saber qué hacer con esta verdad, el acontecimiento que dio pie al sentimiento —el que Dios enviase a su Hijo— queda relegado a un segundo plano como un residuo mítico o un modo de hablar. Pero en su origen no fue un modo de hablar. Por eso podemos preguntarnos hasta qué punto seguimos creyendo en lo mismo. Y no me atrevería a decirlo donde la cuestión de la verdad de la confesión cristiana se entiende tan solo como una lectura sentimental de hechos en sí mismos neutros. Ciertamente, y para salir del paso, suele decirse que la experiencia es la misma, a pesar de que el lenguaje que la traduce sea inevitablemente distinto. Sin embargo, podríamos también preguntarnos hasta qué punto la experiencia es independiente de los presupuestos conceptuales que constituyen un mundo. Pues no hay vivencia que no incorpore una carga teórica —no hay un ver que no sea un ver como. Con todo, sigue siendo igualmente cierto, hoy en día como antes, que solo Dios sabe hasta qué punto creemos en Él.

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