leer los evangelios
marzo 31, 2021 § 3 comentarios
Los evangelios se escriben desde la convicción de que Jesús había resucitado (y por eso mismo, los testigos de la resurrección creyeron que el fin de los tiempos era inminente). No es algo en lo que hoy en día podamos creer como quien no quiere la cosa. Para nosotros, la resurrección está lejos de ser un hecho del pasado como lo es, por ejemplo, la batalla de Stalingrado. Más bien, presuponemos que la experiencia de los testigos fue visionaria, y que como tal se expresa en el lenguaje de una época. De ahí que tendamos a traducirlo. Como si el kerigma de la resurrección fuese un modo de hablar. Sin embargo, no lo fue en su momento. Y esto es importante tenerlo en cuenta. Pues la fe pasa a ser otra cosa donde dejamos a un lado el hecho de la resurrección.
No hay visión que no posea una carga teórica, por decirlo así, —que no suponga un ver como; que no incopore un cierto saber. Es cierto que los exegetas suelen decir que el lenguaje de la resurrección coexistió inicialmente con otros lenguajes, en particular, con el de la exaltación (como si Jesús fuese un nuevo Elías). Pero al igual que, en el origen, hubieron diferentes cristianismos (y no por eso el creyente relativiza las fórmulas del credo). Que no haya origen que sea químicamente puro no afecta al posible valor de verdad del precipitado. Llegados a este punto podríamos añadir, como sostienen algunos teólogos, que la resurrección tan solo fue un hecho para quienes previamente creyeron en Jesús —que solo hay resurrección para los ojos de la fe. Sin embargo, el fundamento de la fe —el que Jesús hubiese resucitado— no puede presentarse como su resultado. El presupuesto de la fe en la resurrección no es la fe en Jesús como Hijo de Dios —no puede serlo: la cruz fue un desmentido, por no decir un escándalo—, sino el marco conceptual del mesianismo apocalíptico del segundo Templo. La resurrección como dato, aunque problemático, confirmó una expectativa, a pesar de que esta tuviera que ajustarse, y de manera notable, al desastre —literalmente— del Gólgota (y de ahí, que el cristianismo hable de revelación y no de iluminación). Jesús no se apareció —ni podía aparecer— a quienes no esperaban un enviado del cielo que pusiese un punto y final a la historia. Y esto es muy distinto que decir que solo se apareció a quienes creyeron ex ante que era el Hijo de Dios.
En cualquier caso, hacemos trampas cuando, con la intención de poder decir que seguimos creyendo en lo mismo, actualizamos la fe en la resurrección en términos modernamente digeribles. Como si la experiencia de los testigos fuese independiente del lenguaje con el que se articuló. Quienes proclamaron la resurrección del crucificado no quisieron decir simplemente, aunque a su modo, que Jesús seguía vivo en sus corazones. Si seguía vivo es porque había sido resucitado por Dios. Invertir la secuencia supone caer, cuando menos, en la deshonestidad intelectual. Ciertamente, la omnipotencia de Dios es un punto de partida para quien cree. En este sentido, podríamos decir que la resurrección fue el efecto de una intervención ex machina de Dios. Como si se tratase del milagro definitivo —del suceso paranormal par excellence. Y probablemente así lo vieron los primeros cristianos. Pero la cosa no termina de casar con un Dios que no quiso ser Dios sin aquel en quien se reconoció in illo tempore —con un Dios que, dentro de los tiempos históricos, aún no fue nadie con anterioridad al fiat del crucificado y que, por eso mismo, no pudo hacer otra cosa que guardar silencio en Getsemaní. Ahora bien, si esto es cierto, entonces quizá tengamos que admitir, contra el prejuicio religioso, que la resurrección, al igual que la caída, afectó tanto al hombre como a Dios. Y esto está muy cerca de confesar que Dios vuelve a la vida con el cuerpo de un hombre, lo cual es, sencillamente, inaceptable para quien posea una sensibilidad espontáneamente religiosa.
Por ello, para quedar conmovidos por la Revelación —y por lo que esta tiene de iconoclasta— antes tendríamos que volver a tomarnos en serio la palabra Dios, aun admitiendo la pluralidad de sus significaciones. Pues no cabe hablar del Dios verdadero donde hemos perdido de vista que supone estar bajo el poder de una divinidad en falso. Pero eso quizá no dependa de nosotros.
Tal como expone J.A. Marina, toda indagación en el mundo de la física o de la metafísica debe ubicarse en un marco conceptual general que divide los debates en 2 clases: los de las verdades públicas y los de las verdades privadas.
Una verdad pública es aquella que ha sido alcanzada tras un debate abierto en un grupo de personas numeroso y de múltiples tendencias ideológicas y en el que la exigencia planteada a los argumentos haya sido las que establecen las reglas de la razón y el fin a lograr es el de lograr la descripción fidedigna del mundo.
Una verdad privada se alcanza en el interior de la persona tras una reflexión sincera y honesta, en la que la exigencia presente es la de la razonabilidad y el fin a alcanzar es el de dotar a la propia vida de un sentido provechoso.
Resulta de gran importancia comprender en qué área de las dos se está produciendo un debate porque cuando se da una confusión los daños inducidos son importantes.
Cuando se defiende la imposición de una verdad privada en un debate público la razonabilidad intenta sustituir a la racionalidad y se aceptan como ciertas aseveraciones que no se refieren a la realidad exterior sino a la interior y que por tanto no pueden ser compartidas. Ello duele a los que no pueden recoger las aseveraciones y a los que no las ven recogidas.
Cuando se defiende la negación de una verdad privada en un debate interno la racionalidad intenta sustituir a la razonabilidad y se imponen limitaciones al debate interno que impiden el progreso del alma hacia la construcción de una vida bella, dotada de sentido. Ello duele a los que asumen con responsabilidad una actitud privada y a los que no ven que dicha actitud sea de forma general la clave del progreso de la persona.
El mensaje de Jesús constituye una verdad pública. Sus enseñanzas, recogidas en los Evangelios, son palabras que han sido analizadas por la humanidad de forma pública, abierta, en un vasto intercambio de ideas que ha conducido a una mejor comprensión del ser humano.
La resurrección de Jesús constituye una verdad privada. Los hechos, descritos en los evangelios, han sido meditados por millones de seres humanos en su interior, en una reflexión que ha ayudado a cada persona de manera diferente en la búsqueda de un sentido para su vida.
Hola Quentin, gracias por tu respuesta. Te diría que el área desde el que intento ceñirme en el diálogo es el de la racionalidad de la fe. Aunque necesariamente la fe incumbe también al co-razón de cada uno. En cualquier caso te pido disculpas si en algún momento mis reflexiones te hayan podido causar malestar.
Apreciado Iñaki, ningún malestar, más bien al contrario, te agradezco sinceramente todas tus palabras, este interesante blog nos induce a todos a reflexión…