una historia del cristianismo en tres pasos

marzo 30, 2021 § 3 comentarios

Uno: en la cruz, los dioses huyen definitivamente del mundo. Su lugar lo ocupa un Dios verdadero, un no-dios. Para quien sabe qué fue un dios, reconocer al verdadero Dios en una cruz está muy cerca de decir que no hay Dios. Pues confesar que el crucificado es el modo de ser de Dios —su quién— y no solo su heraldo o representante casi equivale a proclamar que Dios en sí mismo es una entelequia. Religiosamente hablando, resulta difícil de tragar que el Dios verdadero sea inseparable de un colgado en su nombre, de alguien que muere como un apestado de Dios. La resurrección, sin embargo, tapa el agujero. De no haber habido resurrección, el cristianismo hubiera sido la gran ironía de la historia.

Dos: el cristianismo se transforma en cristiandad. El Dios verdadero vuelve a adoptar el rostro de un dios. Resurge el paganismo, solo que sin pluralidad (y con otros temas, ciertamente). El Dios único funciona como el trasunto de la divinidad suprema de las religiones de antaño. El sacrificio sigue siendo el medio par excellence de acceso a Dios, aun cuando devenga un asunto interno, personal, el instrumento de un ideal ascético. Como si el cristianismo hubiese descuidado que el sacrificio que nos reconcilió con Dios, no fue el de los sacerdotes, sino el de Dios. En este sentido, no es casual que la Encarnación fuese interpretada a la religiosa. Para la cristiandad, Jesús fue, sencillamente, un dios paseándose por la tierra. De hecho, la Iglesia triunfa tolerando de facto las herejías que condena de iure. No hay éxito que no repose sobre un malentendido.

Tres: el credo cristiano es entendido, hoy en día, como un modo de hablar. Nadie, salvo quizá algunos eruditos, comprende sus fórmulas, conservadas, eso sí, en formol. De este modo, fácilmente sostenemos que el lenguaje de la resurrección fue una manera de decir que Jesús seguía vivo en el corazón del creyente o que su causa continuaba. Como si la experiencia originaria fuese traducible sin pérdidas. Del cristianismo solo se acepta lo modernamente aceptable, lo que encaja con los presupuestos de una mentalidad para la que tan solo puede darse lo posible. En la Modernidad, el cristianismo auténtico sobrevive como arrianismo. De ahí que veamos como obvio lo que en modo alguno es obvio, a saber, que el cristianismo es una perspectiva religiosa entre otras. Que Dios cuelgue de un madero como si fuese una alimaña ya no es motivo de escándalo. Así, Dios ha quedado reducido a un denominador común, a una especie de arkhé. Nada más racional que una divinidad de fondo. Sin embargo, Dios en verdad nunca fue homologable a lo que espontáneamente pasa por divino. Que actualmente nos lo parezca es un síntoma —otro más— de que Nietzsche no andaba desencaminado. Ahora bien, el Dios verdadero muere, no cuando deviene increíble, sino cuando los hombres dejamos de creer que no hay otra realidad —otra alteridad— que la imposible, aquella que ningún mundo puede admitir como posibilidad. Y no porque se trate de algo que se ubique en un mundo inconcebible —no hay mundo que no sea concebible—, sino porque no hay nada más real que lo que fue desplazado a un tiempo anterior a los tiempos (y que, por eso mismo, solo podemos esperar contra cualquier expectativa). Dios, al igual que los sobrantes, no cuenta. Nunca contó. Pues de Dios, hoy como siempre, tan solo lo debido a Dios, a su retroceso o paso atrás.

§ 3 respuestas a una historia del cristianismo en tres pasos

  • Quentin dice:

    El problema del cristianismo siempre ha residido en la escena del madero. Pero no por la dificultad surgida para comprender lo que estaba teniendo lugar en el Gólgota sino por un exceso de fijación en ese instante. Los apóstoles obviamente se sobrecogieron, pero lo que ocurrió ante sus ojos fue sencillamente la muerte de Jesús, que falleció como hombre.

    El dolor les hizo sentir temblores de tierra, truenos y oscuridad en el cielo. Y la esperanza les hizo vivir la presencia de un Jesús renacido. Ni la muerte fue sobrenatural ni sabemos si lo fue lo que aconteció tras ella. Ello carece de importancia. Porque lo que ocurrió, ocurrió. Sin más.

    Cuando Jesús nos dejó, su resurrección ha sido tristemente una obsesión para los hombres. Como lo fueron sus milagros mientras vivía. Cuando debieron serlo sus enseñanzas. Jesús siempre insistió en que buscar signos, señales sobrenaturales, era muestra de pobreza espiritual. Hoy seguimos tropezando con la misma piedra…

    Los teólogos se han empecinado en dar una explicación razonable a algo que sencillamente es racional: la muerte de un hombre. Han elaborado teorías muy difíciles de entender para un hombre sencillo: que Jesús era un sacrificio asumido por Dios para purgar un pecado original. Cuando el hombre común, de dicho pecado, realmente nunca tuvo conocimiento ni participó en su autoría. Un pecado incomprensible para explicar una realidad fácilmente comprensible, la de la muerte.

    También los teólogos se han obstinado en buscar una esperanza innecesaria para las palabras de Jesús: la resurrección del hombre. Han puesto el fundamento de la fe en algo que supone un reclamo para el hombre sencillo: que tras la muerte Dios lo devolverá a la vida. Cuando el hombre común, lo único que esperaba, y que Jesús le dio, fue una enseñanza para saber vivir con dignidad su propia existencia. Una esperanza innecesaria para sustituir a una enseñanza necesaria, la del amor.

    La religión no debería conducirnos hacia la teología. Sino hacia la ética. Un buen pastor es el que enseña a sus ovejas a conducirse hacia buenos pastos, a evitar a los lobos y a no caer por los barrancos; no a obsesionarse sobre la resurrección del rebaño. Tal como hizo Jesús con sus ovejas. Si resucitaremos o no ya lo veremos. Dejemos de perdernos en obsesiones y apliquemos lo que sabemos seguro: las enseñanzas de Jesús. Eso sí es atender el clamor de los oprimidos…

  • Iñaki dice:

    Lo que dices Quentin implica una búsqueda noble por una vida moralmente buena. Ese aspecto es indiscutible en el cristianismo.
    Y también veo mi incapacidad para esa exigencia de bondad, por eso tengo fe. En cierto modo, la fe me recuerda mi flaqueza para el amor, mi necesidad de pedir ayuda a Dios. Parto de mi falta hacia la esperanza. Es un orden transcendente aunque se tenga presente la moral. Por eso no se puede igualar a Jesús con el resto de sabios que la humanidad ha dado, es faltar a la realidad y a la verdad del cristianismo.

  • Quentin dice:

    Hola Iñaki, muchas gracias por tu comentario.
    Te lo he respondido en la siguiente entrada que hay en este blog.

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