la fuerza de las palabras
mayo 27, 2021 § Deja un comentario
El peligro de las grandes palabras es que se bastan a sí mismas para provocar estados de ánimo. Así, por ejemplo, cuando se nos dijo vale la pena entregar la vida entera a Dios quizá lo de menos fuese Dios. Perfectamente, podríamos hallar cualquier otro motivo: la patria, una obsesión creadora, el océano, la amante… Para que Dios sea lo primero —y no la excusa—, Dios tiene que desaparecer del lenguaje. De hecho, ante Dios —ante su retroceso— nos quedamos sin palabras. Y no porque nos hallemos frente a lo numinoso, tan fascinante como terrible, sino porque no hay otra epifanía que la del abandonado de Dios. El niño-Dios viene en patera. Este es el verdadero exceso. De ahí que la entrega solo logre integrar una existencia donde no responde a nuestra necesidad de encontrar un centro de gravedad, sino al clamor de los sin Dios. O dicho de otro modo, donde en nombre de Dios, Dios no puede darse por descontado. En realidad, que la diferencia entre darlo todo por Dios —por los que ocupan su lugar— o casi todo sea infinita es algo que solo cabe proclamar a posteriori, habiendo regresado con vida de la muerte, como quien dice. Y me atrevería a añadir que no sin balbucear; esto es, no sin que las palabras queden abrazadas por un enorme silencio.
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