fe y reflexión

mayo 27, 2021 § Deja un comentario

El pensar —la reflexión, el volver sobre lo dado u obvio— pone de los nervios a quien no piensa —al que permanece instalado en la creencia, en cuanto da por sentado. Y en cierto modo es normal. Pues donde irrumpe la reflexión, como decía Hegel, no vuelve a crecer la hierba —o al menos, la misma hierba. Sencillamente, dejamos de pisar tierra firme. Ahora bien, si es cierto que somos en gran medida nuestra inquietud —y en último término, nuestra inquietud por la verdad—, nadie puede renunciar a examinar su creencia sin renunciar a sí mismo —sin convertirse en una pieza más del engranaje.

El problema es que este examen no es inocente. Pues resulta inevitable partir de algún que otro postulado o, mejor dicho, de una posición. No es lo mismo, por ejemplo, preguntarse por la verdad donde presuponemos que se trata de corroborar por medio de la experiencia una determinada hipótesis que donde partimos de la idea de que la verdad es un tener lugar, antes que una conformidad entre los hechos y su representación. En el primer caso, la posición es la de espectador imparcial —y para un espectador imparcial nada acontece o tiene lugar, sino que simplemente pasa. No es casual que el escepticismo sea el destino de una reflexión llevada a cabo desde la grada. Para el dios —y un espectador imparcial no deja de ocupar el lugar de un dios— todo es irrelevante. En el segundo, sin embargo, cuanto acontece siempre se decide desde el lado de la alteridad, del extraño por defecto. Ahora bien, con respecto al extraño no cabe un saber, ni siquiera hipotético. Pues el extraño irrumpe, precisamente, como el que convierte cuanto damos por sentado en un trampantojo. Se trata, en definitiva, de un hallarse en manos de, al fin y al cabo, de un descentramiento —y por eso mismo, en esta posición solo cabe esperar, confiar, tener fe. Sin embargo, el riesgo de la esperanza es el de transformarse en una expectativa más o menos creíble, cuando lo cierto es que tan solo en relación con lo que el mundo no puede admitir como posibilidad —esto es, en relación con lo increíble— podemos mantener la lucidez de quien ha tocado fondo. Los pastores quizá se equivoquen cuando les ahorran a las ovejas los dolores de parto, sobre todo cuando ya han dejado atrás la infancia. De ahí que antes que testigos del más allá acaben siendo funcionarios, por no decir monitores de un kindergarten. Aunque, en realidad, esto tampoco debería sorprendernos. Pues la tensión entre el sacerdote y el profeta es tan vieja como la Escritura. Por no hablar de la que se da entre este último y el escriba, aquel que acaso sepa de lo que habla, aunque se trate de un saber paradójico, pero sin asumir ningún riesgo.

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