el Vasili
junio 4, 2021 § 1 comentario
Gracias a la autoridad de las figuras sacerdotales, esas que garantizan el encaje de las piezas, tendemos a creer que el sentido de la existencia es la matriz de la moral; que cabe ser buenos porque hay un Bien, escrito con mayúscula. Y esto es así —o mejor dicho, nos parece así— siempre y cuando la moral sea lo que fue en los inicios, a saber, una serie de buenas costumbres. Sin embargo, la cosa es muy distinta si hablamos de la bondad. Pues esta acontece, como creyó Vasili Grosmann, en medio del sinsentido. Precisamente, porque hay algo roto en el mundo —y de un modo en apariencia irreparable— la bondad se hace presente como la excepción que nos permite esperar lo imposible, en definitiva, la reparación. Aunque esta no dependa de nosotros. Ni tampoco solo de un Dios. De ahí que acaso necesitemos más dosis de Vasili Grosmman —y menos de Anselm Grün. Más pan de cada día para los que no tienen pan y menos soma.
Solo una anécdota, pero creo que significativa. Hace 4 años, en San Petersburgo, una sociedad caótica y en transición abierta a la más salvaje desregulación económica, estábamos a la puerta de una casa de comidas, charlando y despidiéndonos de nuestra amiga rusa, sin percatarnos de que allí, en el suelo, había un chico tirado en el suelo con lo que después parecieron signos claros de embriaguez. Hasta que pasó a nuestro lado una compatriota de Vasili y de nuestra amiga y, deteniéndose, nos increpó en lo que esta nos tradujo así: «¿cómo podéis tener el cuajo de estar charlando tranquilamente teniendo a vuestro lado una persona así?». Pienso que en una sociedad en la que el comportamiento de esta desconocida parece lo normal y lógico, lo obligado, de lo que te puedes desentender pero no objetar, aún vive la esperanza a pesar de los pesares, que son muchos y muy poderosos.