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junio 17, 2021 § 1 comentario
O el pobre nos incumbe, o no. O bien vivimos como si no hubiese nadie con el vientre hinchado por el hambre; o bien como si la miseria de tantos nos juzgase (y no solo provocase nuestros mejores sentimientos). Tertium non datur. Ante esta disyuntiva se decide una existencia cristiana. Lo habitual es pasar de largo. Aunque con la boca grande digamos lo contrario.
De las afirmaciones extremadas no acostumbra a surgir nada bueno. Las frases terminantes son tentadoras, subyugantes, seductoras. Pero a la vez son manipuladoras, maniqueas y enredonas. Solo en la lógica aristotélica hay que elegir entre A y no A. Afortunadamente la vida está llena de matices. Y de puntos de vista. Y de decisiones que buscan el compromiso entre certezas que conviven mientras se pisan.
Ni el santo es perfecto ni el villano es satán. Ni el pobre es siempre digno de compasión ni el rico es a todas luces un canalla. Ni el hermano del hijo pródigo era un personaje malévolo ni tampoco un hombre totalmente cargado de razón.
¿Nos lleva ello al relativismo? No, pero sí nos conduce a la relativización, que no es lo mismo. A la reflexión. A la ponderación. A la sensatez.
Siente el hombre actual que su actitud ante el pobre no puede ser la misma que tenían sus antepasados hace dos milenios. Antes el indigente te reclamaba la limosna a todas horas, en la calle, en el mercado, incluso en tu morada. El hombre de hoy espera que unas instituciones profesionales soportadas con tus impuestos se responsabilice de que el desprotegido reciba una vida digna. No ve razonable dar dinero en la calle como en la antigüedad y opta por apoyar a las instituciones económicas, sociales y políticas que saben atender las necesidades extremas. Francisco inició sabiamente su pontificado afirmando que la iglesia católica no era una institución de caridad. Eso pertenece al pasado.
¿Significa ello que el hombre actual no debe preocuparse por el sufrimiento? En absoluto. Más bien al contrario. Lo debe hacer con mayor intensidad, pero a la vez con mayor sabiduría. En vez de calmar su inquietud regalando dinero en la calle de forma inconsciente debe resolver las necesidades reales, acuciantes y dolorosas de aquellos con los que convive. Debe cuidar con mimo a su pareja, ocuparse como persona responsable de su progenie, empatizar con su vecino solitario, buscar el progreso real de sus compañeros de trabajo y sonreír cada mañana a todos aquellos con los que se cruza en la calle. Y desde luego contribuir como buen ciudadano al buen funcionamiento de las instituciones que atienden a los que sufren en mayor medida.
Debe conocer sus recursos, contemplar la realidad y tomar las decisiones más sabias. Ponderando. Con prudencia, la más útil de las virtudes.