inmortales
noviembre 9, 2021 § 2 comentarios
Creer que Dios puede garantizar nuestra inmortalidad le hace un flaco favor a Dios. Pues quizá estaban más cerca de saber qué significa estar ante Dios aquellos viejos creyentes de Israel que daban por sentado que la bendición tenía que ver con una vida larga y próspera, y no con alcanzar la vida eterna. Si Dios es el absolutamente extraño u otro, lo extraño del mortal es el inmortal. La muerte es el sello de nuestra impotencia y, consecuentemente, de un hallarse ex-puestos. De hecho, el asunto de la otra vida solo comienza a hacerse un hueco en Israel bajo el horizonte de una justicia imposible, esto es, a partir de la pregunta por la vida que, en nombre de Dios, pueden esperar aquellos que murieron antes de tiempo a causa de nuestro odio o pasotismo. La convicción de fondo es que lo que Dios ha dado no puede quitarlo el hombre. Ahora bien, para Israel se trata de una vida de carne y hueso, no de la que puedan vivir unos cuantos espectros puros. La pregunta no apunta, por tanto, a los cielos, sino a una recreación del mundo, una recreación que, dicho sea de paso, en modo alguno puede concretarse como expectativa razonable —como ideal—. Nada que ver, por tanto, con el anhelo de inmortalidad.
Josep, la inmortalitat ha quedat desplaçada del centre del misteri de l’èsser humà. El dessig d’inmortaliltat va sorgir de la por que l’home va experimentar davant de les incerteses de la vida. Aquesta por ja no existeix, s’ha esvait.
Déu no ens va fer mortals per a convertir-nos en inmortals. Ens va fer així, tal com som ara. Per qué ens costa tant acceptar aquesta evidència?
Siguem madurs i no enredem: enfrontem els problemes que Déu ens ha posat ara i aquí davant nostre. Lluitem com a cristians responsables per un mon més just, tal com Jesús ens va demanar. Centrem-nos en l’ètica i no en la teologia. L’ética uneix. La teologia separa.
La mala teologia separa, sin duda… Pero la más honesta ¿acaso no es un intento de “dar razón de la esperanza” —un intento de expresar qué tuvo lugar en realidad sobre la cima del Calvario? ¿Tan solo un mal final para el profeta —para el que hizo de su vida un compromiso con los más desfavorecidos? Ciertamente, el cristiano cree que debe responder al clamor de los parias (pues experimenta ese clamor como el eco del clamor mismo de Dios). Pero, a pesar de no haya fe sin obras, la fe es algo más que ética, aunque tampoco un mero —e ingenuo— suponer que la fiesta terminará en paz. Pues como dijera Levinas, “la guerra convierte la moral en irrisoria”.