indiviso

diciembre 21, 2021 § Deja un comentario

Tan solo el individuo —el que ya no siente que pertenezca a nada ni a nadie— clama por un consuelo. No, quienes difícilmente pueden comprenderse a sí mismos como arrancados, aquellos que viven su formar parte de un cosmos en donde todo habla, un mundo en el que hasta las piedras poseen un alma. Ellos no necesitan un consuelo: necesitan un ardid, técnicas que les permitan lidiar con poderes invisibles. La magia, como sabemos, precedió a la religión. De hecho, un dios amb cara i ulls fue impensable durante milenios. Ahora bien, una vez suplantaron a los espíritus de las montañas, los bosques, el mar… las múltiples divinidades prefirieron, como dueñas del terruño, tratar antes con pueblos que con individuos. Los dioses tuvieron que retroceder —y bastante— para que el mero nombre de Dios, tan impronunciable como religiosamente inútil, ocupase su lugar. Y con este Dios, el individuo. Pues la individualidad es el envés de un Dios desencajado de su concepto. Aunque de ahí a prescindir de Dios —o lo que viene a ser lo mismo, a imaginarlo como amigo— media un paso. No es casual que Israel, en un rapto de lucidez, creyese antes en el Mesías que en el poder ex machina de Dios. Un Dios que tiene pendiente su quién —su referente, su esencia— no puede actuar por su cuenta. Únicamente, gemir. Como tampoco lo es que el cristianismo se desvirtúe donde pierde de vista su impronta mesiánica para decantarse por el cultivo de los buenos sentimientos con la excusa de Dios.

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