Marxen y la resurrección
diciembre 23, 2021 § 5 comentarios
W. Marxen, discípulo de Bultmann, en un intento de hacer modernamente digerible los relatos de la resurrección, sostuvo que estos no son más que un modo de expresar, por medio de unas imágenes que, ciertamente, nos resultan ajenas, la convicción de que la causa de Jesús seguía adelante. Sin embargo, esta idea, de algún modo aún muy presente en algunas comunidades de base, quizá suponga regar fuera de tiesto. Y ello por dos razones. La primera tiene que ver con la creencia, propia del judaísmo apocalíptico de la época, de que la resurrección de los muertos indicaba el inminente final de los tiempos. No se trata, por tanto, de seguir con la causa, sino de permanecer a la espera. La segunda apunta al escándalo de la cruz. Pues la crucifixión representó el fracaso de quién creyó haber intimado con Dios. Sencillamente, Dios no estaba con él. La causa de Jesús es indisociable de su persona. Para sus discípulos, Jesús no fue simplemente un heraldo de Dios, sino el Mesías. Y aquí vale aquello de que muerto el perro, muerta la rabia. Si la resurrección hubiera sido simplemente un modo de hablar, entonces las apariciones tampoco hubieran provocado tanto entusiasmo. Otros hubieran ocupado el lugar del líder. Es decir, Jesús no habría pasado de predicador a predicado —y predicado, precisamente, como predicado de Dios. Con todo, una buena pregunta es cómo podemos encajar hoy en día el anuncio de la resurrección, una pregunta que Marxen se tomó, sin duda, muy en serio, aunque su respuesta fuese incongruente. Pero este es otro asunto.
Sin que lo haga más creíble, quizá si se glosa «resurrección» por ser un término que creemos conocer por algo así como «experiencias de quienes conocieron y siguieron a Jesús, después de su muerte, de encuentros con aparentes desconocidos que, a lo largo de la conversación, muestra no poder ser otro sino el Maestro ejecutado». Esas experiencias-encuentros son signos, en clara violación de las leyes del espacio-tiempo diríamos ahora, no evidencias apodícticas y replicables, y como tal deben ser acogidos con fe. Quienes así lo hacen, experimentan un cambio radical en los supuestos vitales previos. Calculo que la presencia necesaria de la fe «vicia» cualquier posible argumentación filosófica, pero ya se sabe que es locura para los que saben y escándalo para quienes demandan señales.
Creo que la crucifixión y muerte ya bastan en el mensaje de Cristo. La «constitución» que encierran las bienaventuranzas nos permite creer que el ciclo de Jesús se completa en la cruz.
Pobre, humilde, desamparado, generoso, perdonador de los enemigos, perseguido por la justicia…què más se puede pedir para darlo por bueno simplemente? Cumple con lo dicho.
No hace falta una resurrección que si, de todos modos, hubiera sucedido podía interesar a los afectados directamente con las apariciones, como cualquier milagro, pero no a los demás.
Creo que el mismo Hegel estaría de acuerdo. Es la muerte querida i buscada la que garantiza i aporta toda la credibilidad al mensaje original i cumple con el máximo de universalidad para el protagonista.
Gracias, Francesc, por tu comentario. El problema de quedarse solo con la cruz es que entonces la fe es un alimentarse de viento (por parafrasear a Pablo). Ciertamente, la resurrección es el envés de la cruz (y así se nos da a entender en el cuarto evangelio). El asunto, sin embargo, es que no sabemos qué hacer con los relatos de la resurrección, salvo “traducirlos”. Ahora bien, es posible que el problema sea nuestro. Y no porque la resurrección sea creíble —que no lo es—, sino porque tendemos a entender lo increíble en los términos de lo paranormal (y no van por ahí los tiros). En cualquier caso, diría que no podemos pensar la cuestión de Dios al margen de la cuestión del poder (y este es otro tema).
«Los más honestos de los exegetas teólogos reconocen, con Rudolf Bultmann, que la resurrección no es un evento para la ciencia histórica; y más todavía, «que la fe en la resurrección no es otra cosa que la fe en le cruz como acontecimiento de salvación». (Alfredo Fierro «Después de Cristo» pàg. 50 Ed. Trotta 2012)
Por supuesto.