pedagogías

abril 22, 2022 § 1 comentario

Parece que ahora se trata de educar en competencias. Nada de memorizar y vomitar. De acuerdo. Sin embargo ¿de qué estamos hablando? Básicamente, de que los chicos, al terminar su formación, sean capaces de entender —y a ser posible, de manera lo suficientemente crítica— un texto que vaya más allá de los cuentos infantiles (o los mensajes de Instagram). Y esto implica ser capaz de plantear buenas preguntas. También, de que estén lo suficientemente familiarizados con el lenguaje de la matemática, de manera que puedan resolver problemas que exijan un planteamiento abstracto. Estas son, grosso modo, las competencias.

Ahora bien, el prejuicio dominante es que estos objetivos se pueden alcanzar reduciendo contenidos. Y esto es, en parte, así: no es necesario acumular ingentes cantidades de saberes. No obstante, lo que solemos escuchar es que los contenidos no importan. Y esto no es así. Es imposible leer un texto de una cierta complejidad sin haber integrado en cierta medida algunos saberes fundamentales. O al menos, no cabe hacerlo críticamente. Es como si en la facultad de periodismo no se impartieran asignaturas relacionadas con la historia, la socio-política o la economía: los estudiantes aprenderán a maquetar un periódico o a destacar los titulares de un telenotícies, pero serán incapaces de escribir un artículo. De ahí que tengamos que escuchar que, dado que los contenidos apenas importan, cualquiera puede impartir cualquier materia. Esto quizá valga para primaria. No, para secundaria. Ciertamente, cualquiera puede dar clase de lo que sea. Pero, si es cualquiera, lo hará mal. Sencillamente, no podrá responder a las preguntas de los alumnos más interesados en aprender. Tampoco será capaz de inducirlas. De hecho, el dato es que los chicos cada vez más esperan que alguien —y alguien que sepa de lo que habla— les explique algo interesante y que, por eso mismo, vaya más allá de lo que pueden encontrar en la wikipedia. Alguien, en definitiva, que les abra los ojos. Y es que los alumnos no dejan de ser humanos.

Más aún: se nos dice también que la escuela ha de preparar a sus alumnos para la vida. De acuerdo, también. Pero no se les preparará donde se deje a un lado la formación del carácter. Pues la vida tiene mucho de cuesta arriba. Sin embargo, ¿qué carácter saldrá de aquellas escuelas en las que, siguiendo fil per randa los nuevos vientos pedagógicos, la cultura del esfuerzo ha sido estigmatizada? Y quien dice cultura del esfuerzo, no dice, por supuesto, aquello de que la letra con sangre entra. Hace años que nadie va por ahí. ¿Es posible que alguien crea honestamente que se puede aprender algo serio jugando, como quien dice? De entrada, el juego puede estar bien. Pero tarde o temprano, uno debe coger el toro por los cuernos. Y entonces el juego es otro. A menos que no se trate de un toro, sino de un torito de peluche.

De ahí que dé la impresión de que la educación actual no tiene otro propósito que el de no traumatizar a los chicos, aun cuando se pongan sobre la mesa objetivos más ambiciosos. Ciertamente, no se trata de traumatizarlos. Pero si un chico se traumatiza porque ha suspendido mates, pongamos por caso, a pesar de haber estudiado mucho, el problema no está en el profesor de mates, sino en el chico. También hay que aprender a levantarse. Y no lo conseguiremos si la estrategia es bajar el listón. Al fin y al cabo, educar es forzar —hay que acostumbrarse a nadar contracorriente, aunque la educación no consista solo en eso—… evitando, eso sí, que se rompa la maquinaria. La escuela es un espacio de maduración. Y no puede haber maduración donde no tensamos un poco la cuerda. Donde los retos son fácilmente asumibles, hasta el punto de que aprobar salga prácticamente gratis, seguimos en la infancia. Me atrevería a decir que la escuela deviene una estafa en el momento que un chico que, por ejemplo, suspende los ejercicios de mates termina sacando un notable… vete a saber con qué criterios.

§ Una respuesta a pedagogías

  • Joserra dice:

    Acabo de descubrir el blog y le felicito, es muy agradable para los sentidos hallar en este inmenso planeta de internet artículos, pensamientos, ideas y propuestas como las aquí expuestas. Soy periodista en activo y en la actualidad me quedan cuatro asignaturas para concluir la carrera de Filosofia. Hecha esta breve introducción, comparto con usted varias ideas planteadas: el periodista debe saber de todo un poco y no sólo saber maquetar o titular, tb debe saber de filosofía y no se suele impartir, tampoco la asignatura de ética ni de cómo buscarse la vida a partir de cero. Cultura del esfuerzo sí, pero ojo no se le puede pedir lo mismo a todo el mundo, lo podemos quemar y animarlo a dejar la escuela. Y por supuesto, el profesor debe ser una fuente de conocimiento o al menos saber dónde conseguirlo para dar respuesta a las inquietudes del alumno. Edgar Morin, un gran filósofo francés nonagenario, propone en su paradigma de la complejidad aprender a vivir con incertidumbres más que con certezas, navegar entre contradicciones como un camino para la no contradicción y enseñar a caminar entre valores o criterios negados por la modernidad cartesiana como los expuestos. Muchas gracias por abrir esta ventana al pensamiento.

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