gnosticismo y cristianismo, una vez más
julio 7, 2022 § Deja un comentario
Grosso modo, uno cae en la tentación gnóstica cuando cree que la salvación, hoy diríamos la plenitud, pasa por participar, conectarse, sintonizar con el fondo nutricio de cuanto es, un fondo que, sin embargo, hay que descubrir. Todo pasa, por tanto, por el saber. El horizonte es, en definitiva, el de la unión con lo divino, al fin y al cabo, con su espíritu, fuerza, poder. De ahí la necesidad de diferenciar entre lo que nos parece vital y lo que es realmente vital. Muchas de las espiritualidades tan de moda actualmente son variantes del viejo gnosticismo. Al igual que los libros de autoayuda podrían entenderse como su versión secularizada. Difícilmente debería extrañarnos su éxito. Pues ¿quién no busca una solución?
No obstante, las coordenadas cristianas, a pesar del aire de familia, son distintas. Muy distintas. Y no porque el cristianismo niegue la redención, sino porque la conexión que nos propone es la que cabe establecer con un desconectado. La cruz representa, de hecho, la gran desconexión con lo divino. Y aquí el horizonte no es el de la unión, sino el del encuentro. Pues el encuentro preserva la distancia que supera. No es casual que, para los gnósticos, Jesús de Nazaret fuese un dios paseándose por la tierra, el cual no tuvo otra misión que la de enseñarnos el camino de vuelta a casa o, si se prefiere, un maestro de verdad. En modo alguno, aquel sin cuya absurda fe Dios seguiría siendo un nadie. El acontecimiento del Gólgota nos revela, precisamente, que no hay Dios al que conectarse como quien se conecta a un enchufe. Si hay Dios —si Dios se hizo presente en el centro de lo histórico— es porque el Hijo abrazó el silencio o impotencia del Padre.
Dios en realidad no se halla en su dimensión a la espera del ascenso del hombre. En cualquier caso, a la espera de la respuesta del hombre a su invocación. Pues en esta respuesta está en juego no solo el ser o no ser del hombre, sino también el de Dios. Cristianamente, Dios está lejos de lo magmático o etéreo. Dios en verdad tiene cuerpo —y ya sabemos qué cuerpo. En este sentido, no debería soprendernos que los evangelios, en vez de metodología, ofrezcan seguimiento. No es lo mismo. Pues seguimiento significa, como podemos leer en el libro del Éxodo, que primero obedeceremos y luego ya veremos. La meta nunca fue personal, sino cósmica. Y esto, desde nuestro lado, cuestra de tragar. Nada que ver con el conocimiento de la vía más adecuada para coronar una cima.
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